En el año 2002, cerca de fin de año, había una milonga en una Londres nevada que se llevó a cabo en el hall de un Instituto de Neurología a la medianoche. Quien la organizaba, un tal Oliver, había obtenido el permiso de sus directores con la condición de que allí no se fumara ni se consumiera alcohol. La primera regla estrictamente respetada. Estando en un ambiente tan inusual, la pregunta acerca de qué puede llevar a la gente de este u otros países a disfrutar del Tango de modos tan diversos e inesperados estaba a pedir de boca. Uno sabe callar ciertas cuestiones a tiempo. Esa imposibilidad, lo imposible de que en un instituto de ese tipo existiera una milonga, puede remitirnos a nuevas preguntas que, por cierto, otros ya se han hecho. Por caso, vemos en Alicia Dujovne Ortiz un acercamiento a estas cuestiones cuando dice “...el Tango simboliza el ‘tesoro de la incertidumbre’, indispensable para que la posibilidad de la pareja permanezca siempre abierta y siempre lindante con su imposibilidad”. Tesoro de la incertidumbre en tanto acto de seducción permanente donde los velos no se dejan caer por completo aún cuando sea esa la actitud. Esto no sólo sucede en la danza sino en cada una de las expresiones tanguistas. La entrega del cantor en su interpretación, como forma de arte, no puede ser percibida como vano exhibicionismo. La cadencia profunda del bandoneonista sólo nos advierte de ciertos aspectos de su alma. El Tango habla acerca de si mismo a través de sus artistas antes que los artistas por medio del Tango. Pero, volviendo al tema de la imposibilidad, lo que aquí se juega es el deseo en tanto motivo que nos arroja hacia adelante, alguien llamaría a esta pulsión simplemente fe. La fe se construye frente a la evidencia de la imposibilidad como también el deseo lo hace. En tanto el deseo se pone en juego es posible quebrar las metonimias, las repeticiones, las alienaciones que acechan. Su falta resulta en inanidad y es así como los lugares comunes -¿viniste sola a bailar?- suenan vacíos de contenido. El deseo impone una actitud creativa e impensada. Asistimos felices a la belleza siempre renovada en la obra de Juan Carlos Cobián o de Charlo, por ejemplo. Cuando el deseo encuentra su camino, se convierte en pasión. Esa imposibilidad que provoca al deseo y lo nutre hasta convertirlo en pasión resulta, tal vez, en que algunos londinenses organicen una milonga en una institución psiquiátrica sin temor a quedar internados.
©FR
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