jueves, 22 de marzo de 2007

Chantango, por Juan Carlos Báez

(soneto que evoca un término acuñado en el artículo La tanguidad, en este mismo blog, año 2006, diciembre, Tango con Cortes. Publicado en el foro de www.sentirtango.com)

Hoy el profe Fabián,te dió la cana
por gilberto,ranún y por estaso.
El mismo tango de dará un biandazo
y vas a quedar como badana.

Dejáte gilastrún de hacer macana,
aprendiste un tecor y ya sos... Virulazo,
lo que bailás es fule...es fulerazo,
pero vos no aflojás,y sos un rana

que creés tener la olla por el mango
dandole el "for export" a nuestro tango.
Tenés que gastar suela en la yeca

pa´poder manyar algo del tanguango.
Si querés algún rebusque para el mango
¡andá a juntar monedas en el breca!

jueves, 15 de marzo de 2007

Octógono/Bardo

Desde un punto de vista simbólico, el octógono representa el enlace entre el cuadrado y la curvatura de la esfera. Es sabido que, en las ciencias sagradas aplicadas al arte, el cuadrado estaba relacionado con la Tierra por sus cuatro elementos, o sus cuatro puntos cardinales; por eso, casi siempre se utilizaba en el románico o en el gótico como base de la columna que se unía al arco o al circulo situado en lo mas alto del templo o del edificio. La forma circular, por su perfección, sin aristas, y al mismo tiempo por su sentido de la globalidad que todo lo abarca, sé refería al cielo, a la realidad divina, o a la materia primordial del Universo. El octógono era así, por consiguiente, el puente que resolvía la unión entre el Cielo y la Tierra, permitiendo -como en el caso de la columna- él transito de espíritus, Ángeles y hombres de un lado al otro, en una suerte de Cosmos no quebrado. El polígono de los ocho lados aportaba, asimismo, la polaridad de la búsqueda: cuando la esfera estaba situada dentro del cuadrado, en una variante de la doctrina, entonces el octógono indicaba el camino hacia la interioridad, el paso de lo cuantitativo a lo cualitativo, la vía hacia el latido del corazón, la senda del retorno hacia la madre siempre Virgen del Universo. Pero cuando era el circulo el que abarcaba al cuadrado, el símbolo afirmaba la presencia de la sabiduría divina abrazándolo y penetrándolo todo. El octógono, pues, era la síntesis, a la vez, de una disciplina -en este caso caballeresca de realización espiritual universal y de inspiración eminente en los principios eternos.

miércoles, 14 de marzo de 2007

La selva, por Césare Pavese


Lo selvático que nos interesa no es la naturaleza, el mar, la selva, sino lo imprevisto en el corazón de nuestros compañeros hombres. Aquello que con un simple esfuerzo de atención puede devenir voluntad deliberada. La ciudad, la mujer, gastan con nosotros una ferocidad de la cual toda tierra salvaje es solamente un símbolo. Desastres e intemperies nos encuentran resignados, nos dan la muerte, nos desencadenan en nosotros lo selvático, como hace la voluntad deliberada que a pasión contrapone pasión. Lo selvático inventa palabras, se trabaja a sí mismo para aclararse en palabras, que luego supuran por dentro y nos desgarran. Al principio es sólo naturaleza: la ciudad es un paisaje, son rocas, alturas, cielo, claros improvisados; la mujer es una fiera, una carne, un abrazo. Después se vuelve palabras; lo natural era sólo un símbolo, y al conocer lo selvático verdadero, hay que aullar.
¿Quién no ha aullado nunca delante de las cosas? La tiniebla de una fronda, los asaltos lastimeros del viento, la impotencia ante una fiebre, nos parecen ricos misterios, misterios de dolor y de peligro, a los que estamos tentados de dar la palabra, para conocerlos y poseerlos mejor. Y darles la palabra quiere decir reducirlos a un nivel humano y ciudadano, hacernos palabra de pronto, expresar y significar la turbia, atroz, pululante selva humana. No hay misterio en las cosas naturales, así como no hay pecado. Cuando más son símbolos. Decíamos entonces que lo propio de la ciudad y de la mujer –de la vida en común-, cuando hay voluntad deliberada, es residir en símbolos, al choque con los cuales también se tiende nuestra voluntad y, frustrada, nos deja impotentes ante el misterio, el único misterio verdaderamente intolerable que es el contraste de las voluntades.
¿Por qué tendemos a hablar de una mujer por medio de símbolos, a transformarla en cosa absolutamente natural, diciéndonos, por ejemplo, que ella es fiebre, ráfaga, fronda? ¿Buscamos defendernos, con eso, como nos defendemos transformando en paisaje una plaza, una huida por los techos, o abandonándonos a una muchedumbre como si fuese un río? Pero las palabras tienen una extraña vida: pronto se encarnan, y verdaderamente aquella mujer será para nosotros fiebre y fronda, verdaderamente la muchedumbre será río, y la ciudad paisaje, es decir, impasible para nosotros. Entonces se aviva nuestra pasión; la voluntad se debate, aunque comprendiendo que bajo aquellos símbolos y aquellas palabras hay una voluntad adversa que resiste, que es ella misma un misterio perenne, en el cual nosotros no podemos agotarnos y que tampoco nunca podrá agotarse en nosotros. Aquí está lo selvático verdadero. La soledad en un bosque, en un campo de trigo, puede ser temible, puede matar, pero no nos asusta ni nos mata como hombres, como voluntades apasionadas. Solamente los otros pueden hacernos eso –los otros, el prójimo, la mujer, los compañeros, nuestros hijos. Frente a éstos, frente a la ciudad, sufrimos, siempre sufrimos a fondo. Nos cambiamos símbolos y palabras, cambiamos golpes, nos tendemos la mano, nos enjugamos a veces el sudor, pero al final del día, fatigados, nos damos cuenta de que con nosotros no hay nadie. Y sin embargo sabemos que toda nuestra fatiga tenía el único fin de no dejarnos con las manos vacías. ¿Se puede aceptar esto?
Debemos aceptarlo. Basta pensar lo que sería el fin del día, y el mañana, el porvenir, si desaparecieran los símbolos, si se desvaneciese el misterio, si de noche no estuviésemos solos. Estaríamos más muertos que los muertos. Ignoraríamos el desear algo. Ignoraríamos que el prójimo –la ciudad, la mujer- siendo sólo misterio, espera de nosotros el golpe y la mano, espera ser desvelado y atormentado, enfrentando a su dolor y a su misterio. Si fuese posible destruir los símbolos, todos los símbolos, nos destruiríamos solamente a nosotros mismos. Podemos descubrirnos siempre más ricos, más sutiles, más verdaderos, podemos sustituirnos, no negar la voluntad que está debajo, la voluntad adversa. En ella tenemos la sangre, el aliento, el hambre. No se escapa a la selva. También ella es un símbolo.
Quien olvida esto y se abandona al dulce sueño –a la confianza de que la mujer y la ciudad no sean sangre, aliento, hambre- se encontrará igualmente solo, desvelado, más solo que nunca. Pero se habrá perdido también a sí mismo. ¿De qué sirve conquistar todo el mundo si uno se pierde a sí mismo? Le tocará, de bastarle las fuerzas, reencontrarse quién sabe dónde. En la saciedad, en la vergûenza, en la muerte. Pero no fuera de la selva.
Debemos aceptar los símbolos –el misterio de cada uno- con la tranquila convicción con que se aceptan las cosas naturales. La ciudad nos da símbolos como el campo nos da frutos. Pero ninguno conoce o posee la planta. Viene de otro mundo. Se deja sembrar o podar, se deja abatir y quemar, pero ¿quién puede decir que esa planta es cosa suya? ¿Quién puede decir que ha tocado el fondo de una voluntad ajena? A veces parece que destruir fuera el único modo. Y está bien. Pero destruir una sola voluntad, una sola planta, si bien es posible, es menos que nada: habrá que pasar a otra, a otra más, y así hasta el infinito. Estupideces. Se tendrá un mundo desierto, una estepa. Que es, después de todo, otro nombre de la selva. Tanto vale aceptar el misterio y poblar la ciudad de símbolos, y el campo de presencias. Y amar todo esto, con cautela desesperada.


(de El oficio del poeta, 1954)

sábado, 10 de marzo de 2007

A que no saben...por Liliana Palavecino


La expansión oriental no tiene límites. Y no estoy hablando de Japón. Estoy hablando de Uruguay. Y no estoy hablando de papeleras ni nada que se le parezca. Hablo de esa tendencia a adjudicarse el origen de ciertos emblemas de los que Gardel y el dulce de leche son solo ejemplos. Ya sé que no vengo a descubrir nada, y hasta debo confesar que para una admiradora de la música y la literatura uruguaya este rasgo resultaba ya a esta altura de la vida menos indignante que simpático. Quiero decir, ese afán de "penetración cultural uruguaya" (como dijo un amigo cuando le preguntaron qué le había parecido el libro que le regalara otro amigo, montevideano: "Es un policial, está bueno, pero lleno de datos sobre Uruguay y Gardel que... no sé bien, me da desconfianza, ¿viste que ellos hacen una especie de penetración cultural de lo uruguayo cada vez que pueden?"). Pero bueno, todo tiene un límite. Así que más allá de Onetti, la murga uruguaya, la Malena Muyala, me dio "cosita" ver la semana pasada en la ya definitivamente for export peatonal Sarandí, postales tangueras con la inscripción "Montevideo, cuna del tango" (bueno, está bien, a lo mejor era una alusión al Gardel tacuaremboense y en ese caso no estariamos ante nada nuevo). En fin, conté hasta diez y seguí de largo.
La siguiente vez no pude contar hasta diez y (por suerte) mi explosión fue una carcajada larga, muy larga y una risa de varios minutos que acompañó nuestro interlocutor. El tipo (responsable en ese momento de una institución pública que ofrece un archivo muy interesante para copiar voces de escritores, políticos y figuras destacadas del SXX) era uno de esos uruguayos verborrágicos, simpático y con inquietudes e intereses de lo más variado. Ya nos había comentado sobre el nuevo espectáculo de "Queso magro", sobre qué playa era la mejor para asistir a la fiesta de Iemanjá, a qué murga no podíamos dejar de ver esa noche, qué actitud tomar ante el conflicto por las papeleras, etc. etc., cuando comenzó a hablar de una serie de investigaciones que estaban por ser publicadas. En este punto pensé: "Bueno, era inevitable, ahora va a intentar convencernos de que Gardel nació en Tacuarembó". Y si bien algo tenía que ver Gardel en todo esto, el punto no era Gardel, sino el supuesto padre. Hombre de una vida muy interesante y digno de ser el protagonista de una novela (en palabras de nuestro anfitrión), el coronel Escayola al parecer tuvo tiempo para todo. Fue militar, participó de la Guerra de la Triple Alianza, fue el hombre fuerte de Tacuarembó, se casó con tres hermanas al tiempo que mantenía relaciones con la madre de estas mujeres, tuvo amoríos con cuanta mina se le cruzó en el camino y algo así como 50 hijos (entre los que estaba Gardel, por supuesto, no se iba a privar de decirlo). Nada extraño, si pensamos en la vida de Urquiza o tantos otros caudillos. El caso es que además el tal Escayola era un hombre muy culto, y solía ir al teatro cada vez que podía: viajaba a Montevideo, a Europa y a EEUU. Su afición por el teatro lo llevó a construir uno en Tacuarembó, en aquella época. Hasta acá todo más que interesante en el discurso de nuestro amigo, pero yo ya estaba rogando que retomara el hilo cuando lo hizo solito. Las últimas investigaciones sobre la vida de Escayola, nos contó, se centran en el período de su viaje a EEUU y hay varios documentos, datos y testigos que llevan a "sospechar" (no usó esta palabra, pero siento que cometo un sacrilegio si transcribo el verbo que él usó, que es "afirmar") que sería padre de nada más y nada menos que de... Frank Sinatra. Sí, tal como lo leen, dijo "Frank Sinatra", así, muy serio, y muy suelto de cuerpo, el tipo. En esta parte fue la explosión de mi risa, (y que me perdonen Galeano, Fernando Cabrera, Jaime Roos y tantos otros uruguayos amados pero mi risa en ese momento fue de indignación, algo asi como un "Andáááá..." muy pero muy largo) que él no pudo más que acompañar unos cuantos minutos (todo lo que me duró, o sea hasta que nos despedimos).
Cuando me fui de ahí me seguí riendo, pero unos días después me puse a pensar con alarma en quiénes serán los próximos objetos de apropiación (y por ende, medio hermanos de Gardel), y se me ocurrió, por ejemplo, John Lennon. Hijo de madre soltera, se sabe que su padre era un marino que lo quiso ver cuando triunfaba con los Beatles, pero pudo ser solo un oportunista y el verdadero padre, Escayola. ¿Acaso no viajaba con frecuencia a Europa? (sí, sí, está el inconveniente de las fechas pero ya alguno se las va a ingeniar para decir que en realidad para 1940 , con casi 100 años, el coronel seguía vivo y dándole hijos ilustres al mundo...).
Como esta idea me asustó muchísimo (¿hasta dónde piensan llegar los del paisito?), no quise seguir con el tema, pero que no les sorprenda si en los próximos tiempos nos enteramos de que también son hijos del Coronel Escayola:
Edith Piaf
Vinicius de Moraes
Billie Halliday
George Brassens
Janis Joplin
...
¿Se les ocurre alguien más? Imagino que sí, pero mejor no completar la lista, no sea cosa que estemos dando ideas y no lo sepamos.


(gracias, Lili)