miércoles, 7 de diciembre de 2011

Bardo y Tango (del libro El tango cantado, Ediciones Corregidor, 2011)

"En el mundo del espectáculo siempre ha habido más exhibicionistas que artistas; sólo se debe decidir a qué grupo pertenecer.
 Quien no tiene sensibilidad compensa esa carencia recurriendo al grito, al gesto exagerado, a inmensos calderones, a la acrobacia vocal. Perdidos el tono y la melodía del habla porteña que abarcara las décadas de la primera mitad del Siglo XX, es preciso intentar explicar cómo se construye el fraseo en una Buenos Aires que actualmente habla de otro modo. Se podrá decir que este cambio en el habla habilita también una nueva manera de cantar un tango; y es exacto, pero en tanto el ritmo siga presente y, con él, el fraseo. Por otro lado, la ausencia de orquestas y la proliferación de pequeños ensambles de acompañamiento, complica el armado de un fraseo que diferencie la manera de cantar el tango de la balada. Tal vez, de este fenómeno se desprenda que haya tantos cantantes remedando cadencias e inflexiones con vestuario, actitud, gestos y ademanes que hoy parecen anacrónicos; o en el otro extremo, quienes creen modernizar, despojando de tensión rítmica a la canción. El presente es un momento de inflexión en el canto del Tango y, seguramente, será recordado así. Un momento de transición, eso que los tibetanos llaman bardo y los porteños, a su modo, también, en tanto se acentúa el carácter crítico, caótico, de esa transformación. Hay quienes cantan cerca del jazz buscando una voz más de garganta y quienes lo hacen de una manera netamente conservadora, con fuerte resonancia nasal, exagerado vibrato y todos los lugares comunes del género, pero con “raros peinados nuevos” o una supuesta informalidad que no esconde la falta de imaginación. Hay quienes prefieren cantar sin casi ninguna impostación, estresando al tracto vocal, en afán de presentarse auténtico o alejado del estilo más televisivo que, en general, es un flaco remedo de los grandes cantores de los ’40 y ’50; hay quienes descansan en un repertorio clásico y quienes están en permanente búsqueda de novedades aunque esas nuevas obras no se diferencien mucho de las que fueron surgiendo desde los años ’60 con Eladia Blázquez, Héctor Negro u Horacio Ferrer y Piazzolla, salvo excepciones que pueden provenir del rock o de la entraña más profunda del Tango. Y hay los cantautores, que nunca han sido mayoría en el corpus del canto del Tango, herederos del Cantor Nacional. Hasta los imitadores convencidos de su originalidad habitan este variado y colorido mundo canoro, toda una paradoja. La contradicción se hace notable cuando aquél que acaba de cantar baja del escenario y nos habla con una voz que no es aquella con la que interpretó la obra. ¿Será que estuvo haciendo un personaje? Bueno, siempre hay un personaje en juego: el del tango que se canta, no el del cantor. Quizá sea por eso que, de las artes que conforman al Tango, el canto sea la que menos se ha desarrollado, en contraposición a la música instrumental, la danza y la poesía. Sin embargo, a pesar de que el Tango se tiende a cantar como se habla, es posible pensar al canto del Tango desde una dimensión diferente, sin que la referencia del habla cotidiana sea la única variable: combinando el ritmo sintáctico con el ritmo musical.
A diferencia del canto en otros géneros del siglo XX, salvo el Jazz, el del Tango se basa en una improvisación rítmica en contrapunto con el acompañamiento. Dicha improvisación puede estar acotada, aunque no anulada, en el caso del canto con orquesta. De esa polirritmia resultante deviene un tipo de “tensión interna del ritmo” en la interpretación, a la que podríamos denominar canyengue, como lo consideraba Aníbal Troilo. ¿A qué tipo de improvisación nos referimos? El fraseo es la combinación que hace un cantor o una cantora, a su gusto y arte, entre los elementos rítmicos de la melodía y el ritmo sintáctico dispuesto en el texto a cantar."

Fabián Russo

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