Introducción a Introducción a Macedonio Fernández
(Editorial Talía, Buenos Aires, 1960
Colección Brevarios de cultura, nº 1)
Colección Brevarios de cultura, nº 1)
Si usted viaja en un vagón subterráneo repleto, no puede ni
agrandarse ni achicarse: si se agranda lo rechazan, si se achica lo
aplastan; debe mantenerse en tensión, en su propia justa medida. Ésta
puede ser la situación de la cultura en Europa. En cambio, si usted
viaja en un subterráneo vacío o poco menos, cada arrancón o frenada lo
tirarán al suelo o lo obligarán a desairadas contorsiones, salvo que
usted sea un
genio natural del equilibrio o que dediqué todas sus
energías a prenderse de las agarraderas y las manijas de los asientos. La segunda hipótesis de esta urbana alegoría trasunta la
realidad cultural de cualquier país americano y por tanto inmaduro, como la Argentina. Cuando surge alguien dotado para cualquier
disciplina, encuentra el vacío a su alrededor y la consiguiente
impotencia de vivir según su especial capacidad. Si este alguien no es genial, o
siquiera tenazmente autocrítico, terminará, a medias entre sus
limitaciones y la indiferencia agresiva del ambiente, por considerar la
principal de sus tareas atender a su propia personalidad: en adelante ya no
pensará, escribirá, compondrá o pintará sino para demostrar su
personalidad; su fin no será el logro filosófico, artístico o científico
sino el éxito social. Ahora bien, como esta tarea egolátrica no la puede
realizar ante un espejo opaco (el ambiente general), necesita una caja de
resonancia. Esa caja será el grupo, degenerado inmediatamente en clan,
con todas sus ventajas para el afirmador de su personalidad (obtiene
algunos reflejos y algunos ecos) y todas sus desventajas (para
obtener esos ecos debe a su vez reflejar a otros autoafirmadores). Y como el
único sostén de la cultura en un país desierto es la burocracia
(estatal, periodística, gremial), pronto los clanes, en su desorientado girar por el
vacío, se implantan en alguna de estas estructuras, adoptan su forma y
entran a detentar el poder cultural. El poder lo emplearán, naturalmente, en lo que podríamos
llamar la potenciación de los mediocres: individualmente, cada
mediocre llama al que no le hará sombra por tan mediocre como él; el clan,
por su parte, se entrelaza con todos los otros clanes, en
cooperación o en oposición, pero siempre en el plano de la mediocridad, que
es el presupuesto de todo clan (dado que el individuo abdica en
él). Es así como se reproducen los homenajes, los banquetes, los
premios, las antologías, donde los mediocres se ensalzan recíprocamente,
para confusión del público si existiese. Los que tenían algún capital de inquietud en sus años
juveniles, llegan en esta forma a una mediana consagración (traducida
en medianas posiciones de poderío en el medio cultural), y ahí cesa su
inquietud. En adelante, su credo estético queda clausurado y, con el
sagrado dual y su intolerancia con el medio ambiente, son usados por los clanes para sus
propios fines (ejemplos, en clanes opuestos:
Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada). Y las raras figuras que conservan talento vivo
en la madurez (por ejemplo, Juan Carlos Paz), deben alternar casi exclusivamente con
jóvenes en agraz, por el solo hecho de que, en ellos hay siquiera una promesa, insuficiente desde luego
para las necesidades sociales de esas figuras de excepción.
Fijaremos hoy nuestra atención en Macedonio. Sí, Macedonio a
secas, pues los pocos que lo conocen, lo conocen por el rotundo
nombre, para no desconocerlo por el monótono apellido. Macedonio,
argentino tan notable que ha sido catalogado como “loco” por un
prestigioso historiador de la literatura hispanoamericana. ¡Loco Macedonio!
Nadie más cuerdo que él: su filosofía, su biografía y su literatura conviven como las raíces, el tronco y las hojas de un extraordinario árbol, pero plantado y crecido en la nada, según dicen las páginas siguientes.
Nadie más cuerdo que él: su filosofía, su biografía y su literatura conviven como las raíces, el tronco y las hojas de un extraordinario árbol, pero plantado y crecido en la nada, según dicen las páginas siguientes.
C. F. M.
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