miércoles, 16 de noviembre de 2011

Acerca de "ser del palo". César F. Moreno y Macedonio

Introducción a Introducción a Macedonio Fernández
(Editorial Talía, Buenos Aires, 1960
Colección Brevarios de cultura, nº 1)


Si usted viaja en un vagón subterráneo repleto, no puede ni agrandarse ni achicarse: si se agranda lo rechazan, si se achica lo aplastan; debe mantenerse en tensión, en su propia justa medida. Ésta puede ser la situación de la cultura en Europa. En cambio, si usted viaja en un subterráneo vacío o poco menos, cada arrancón o frenada lo tirarán al suelo o lo obligarán a desairadas contorsiones, salvo que usted sea un
genio natural del equilibrio o que dediqué todas sus energías a prenderse de las agarraderas y las manijas de los asientos. La segunda hipótesis de esta urbana alegoría trasunta la realidad cultural de cualquier país americano y por tanto inmaduro, como la Argentina. Cuando surge alguien dotado para cualquier disciplina, encuentra el vacío a su alrededor y la consiguiente impotencia de vivir según su especial capacidad. Si este alguien no es genial, o siquiera tenazmente autocrítico, terminará, a medias entre sus limitaciones y la indiferencia agresiva del ambiente, por considerar la principal de sus tareas atender a su propia personalidad: en adelante ya no pensará, escribirá, compondrá o pintará sino para demostrar su personalidad; su fin no será el logro filosófico, artístico o científico sino el éxito social. Ahora bien, como esta tarea egolátrica no la puede realizar ante un espejo opaco (el ambiente general), necesita una caja de resonancia. Esa caja será el grupo, degenerado inmediatamente en clan, con todas sus ventajas para el afirmador de su personalidad (obtiene algunos reflejos y algunos ecos) y todas sus desventajas (para obtener esos ecos debe a su vez reflejar a otros autoafirmadores). Y como el único sostén de la cultura en un país desierto es la burocracia (estatal, periodística, gremial), pronto los clanes, en su desorientado girar por el vacío, se implantan en alguna de estas estructuras, adoptan su forma y entran a detentar el poder cultural. El poder lo emplearán, naturalmente, en lo que podríamos llamar la potenciación de los mediocres: individualmente, cada mediocre llama al que no le hará sombra por tan mediocre como él; el clan, por su parte, se entrelaza con todos los otros clanes, en cooperación o en oposición, pero siempre en el plano de la mediocridad, que es el presupuesto de todo clan (dado que el individuo abdica en él). Es así como se reproducen los homenajes, los banquetes, los premios, las antologías, donde los mediocres se ensalzan recíprocamente, para confusión del público si existiese. Los que tenían algún capital de inquietud en sus años juveniles, llegan en esta forma a una mediana consagración (traducida en medianas posiciones de poderío en el medio cultural), y ahí cesa su inquietud. En adelante, su credo estético queda clausurado y, con el sagrado dual y su intolerancia con el medio ambiente, son usados por los clanes para sus propios fines (ejemplos, en clanes opuestos: Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada). Y las raras figuras que conservan talento vivo en la madurez (por ejemplo, Juan Carlos Paz), deben alternar casi exclusivamente con jóvenes en agraz, por el solo hecho de que, en ellos hay siquiera una promesa, insuficiente desde luego para las necesidades sociales de esas figuras de excepción.

Fijaremos hoy nuestra atención en Macedonio. Sí, Macedonio a secas, pues los pocos que lo conocen, lo conocen por el rotundo nombre, para no desconocerlo por el monótono apellido. Macedonio, argentino tan notable que ha sido catalogado como “loco” por un prestigioso historiador de la literatura hispanoamericana. ¡Loco Macedonio!
Nadie más cuerdo que él: su filosofía, su biografía y su literatura conviven como las raíces, el tronco y las hojas de un extraordinario árbol, pero plantado y crecido en la nada, según dicen las páginas siguientes.
C. F. M.

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