domingo, 4 de mayo de 2008

Llorando la carta


En una de sus últimas entrevistas, el pensador rumano-francés Emile Cioran decía: "el Tango es de las pocas músicas que todavía me resulta tolerable. La defino como la más extraordinaria mixtura entre metafísica y burdel. Los despojados del amor se convierten inmediatamente en filósofos, el Tango resuelve y engloba esta perturbación mágica de los amantes desdichados. Es impertinente tratar de definirlo. Lo fundamental es escucharlo. Sentir que en esta Edad de Oro del artista inconcluso, del personaje fracasado, somos varios quienes necesitamos rechazar la vana manía interpretativa de nuestro tiempo, entregándonos al placer de una música o de un texto..." Admirador de la obra de Borges, a quien consideraba icono del escritor del siglo XX y del idioma español, "el único en el que el Tango era posible", Cioran rescata eso indefinible que hace a la Tanguidad. Propone una actitud no analítica, no interpretativa desde el saber académico; una actitud de escucha activa y emocionante. Lo que emociona es lo indefinible, ese filosofar en la tormenta para aquietar el temor y el temblor, aliviar el peso de ser. El Tango produce su corte haciendo evidente este proceso individual. El Tango, arte popular, apela al individuo, lo interroga acerca de sí mismo y le sirve de consuelo y compañía. Tal vez para Cioran el Tango era tan desterrado como él, tan universal como Borges. El personaje del Tango suele haber sido apartado de su ambiente (el paraíso perdido) y permanece errando por el mundo atento a sus vaivenes, alerta a sus bajezas pero inocente y entregado frente al amor como en el juego. Tarde o temprano, el personaje del Tango vuelve sobre sí mismo a interrogarse. Pero para volver hay que haberse ido, para siempre estar volviendo hay que siempre estar yéndose como en una permanente Odisea. Si tomáramos el corpus de las letras de Tango como un gran poema épico, hallaríamos esa coincidencia en términos existenciales: una aventura del alma. En el burdel metafísico del Tango se va armando el relato de los que se han quedado sin origen y sin puerto; de los que vagan por un destino del cual no se huye por no dejar de ser; de los que han fracasado para ganar un mundo, otro. No se llega a la profundidad del Tango desde lugares comunes periféricos sino desde sitios internos originales, almas sitiadas por esa perturbación de ser. El alma que canta.
©FR

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y es que sentir el tango (... esa aventura del alma), como vivir, supone la a veces insoportable tarea de involucrarse.

Me encantó tu artículo.

Mirta