miércoles, 28 de mayo de 2008

El suburbio que hoy reina en todo el mundo


Como a la Modernidad creemos verla nacer tras las dudas de Descartes, a la Posmodernidad la vemos acunada, entre otras formas, por el Estructuralismo. Hay un rechazo a las dualidades, al binarismo, y el sujeto aparece fragmentado. "Ya no hay más que pequeñas historias y no hay lugar para los grandes relatos", nos dice Eduardo Grüner mientras lee a Jacques Derrida. Hay un aplanamiento (aplazamiento), una homogeneización de la cultura, una trans/versión de las cosas. Esa versión atravesada es hija de una lectura particular que se hace sobre/acerca/en un discurso. La fragmentación permite rearmar, como en un rompecabezas, las posibilidades formales del objeto. Ahí el objeto es sujeto y es sujetado. Sujetado por una tradición ya que sin ella es imposible advertir la nueva forma que, aunque llegada de una fragmentación, se quiere unida, unitaria, conservando un halo de aquello de lo que proviene. No deviene en nada nuevo, nada nuevo es creado. Y en esa nada preexistente que se forma, pareciera que cualquier experimentación es posible, experimentación que ocupa el lugar que la creación tenía, por ejemplo, en el Romanticismo alemán. El experimento en la nada, la fusión, la hibridación, puede ser confundida con creatividad. La astucia, la combinación de elementos que apelan a la atención del espectador (algo que viene de la publicidad y de los medios de entretenimiento donde somos sólo espectadores y consumidores) sorprendiéndolo con determinada excéntrica, ingeniosa presentación, toma el lugar del trabajo del artista, largo y arduo, humano. Ante el aletargamiento que provoca esta corriente de acción y reacción, entre las formas fragmentadas y fusionadas, y la expectación del público, el Tango aparece como una alternativa en la que no se produce una hibridación sino que la identidad del género abarca las posibilidades que fueron surgiendo a lo largo de su proceso histórico. Es posible hallar en el Tango elementos del Jazz, el Folklore argentino, la música clásica, la canzonetta napolitana, etcétera, etcétera. Música de puerto, su identidad es cambiante pero es sólo una. De ahí que sea posible trazar una línea entre Juan “Pacho” Maglio y Astor Piazzolla por más que este último, sin salir del Tango, haya excedido sus fronteras de género hacia el Jazz y la Clásica. Piazzolla apiazzolla el Tango, no lo internacionaliza, no lo globaliza, intenta nada más que hacer la música que le suena adentro con toda la tradición tanguera pero hombre de su siglo que escucha toda la música. Lo mismo que Salgán, Rovira, o, más atrás, Gardel, con sus melodías inspiradas en el campo y en Hollywood; Fresedo y el Jazz de las orquestas de los ’30 y ’40; Canaro o Mores con su sonido Broadway. Nada de la música de estos que enumeramos podría ser confundida con algo que no sea Tango ya que existe una unidad, una verdadera elaboración de los elementos en juego que deviene no en una adaptación sino en una integración en el contexto de una identidad particular. Todo ese Tango que crecía en su Río de la Plata no tuvo resonancia internacional, al contrario, como música de la periferia sólo era conocida por una selecta élite intelectual burguesa en ciertos países del norte, y, paradójicamente, era otra la música que, bajo el nombre de Tango, se hacía popular en EEUU y Europa: el Tango Internacional surgido en Alemania, de acordeones, compás de 2/4 y head snaps, espásticos movimientos de cabeza con ambiciones quiroprácticas. En tiempos de navegaciones como los actuales, mientras el turismo toma el lugar de los antiguos expedicionarios aunque con mayores comodidades, mientras pasamos de la globalización a la provincialización generada por los medios cibernéticos y electrónicos, ahora que cada vez más sentimos nuestra insularidad, queda el Tango despojado de su personal existencialismo y, poniendo el cuerpo, encuentra sitio en la huída general mediante el abrazo de su danza –que pasó de ser una conversación en movimiento a una expresión sensual erotizada-.

F.R.

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