domingo, 21 de octubre de 2007

La mamá de Goyeneche


Como a muchos, esos artículos publicados en el suplemento Ñ del Diario Clarín el 18 de agosto de 2007 me incomodaron las agallas de laburante del Tango y, además, creo que se esconde una trampa en la pregunta-título admonitoria ("¿El Tango se quedó sin letra?").
Por un lado, quizás en el carácter espiralado y vertical de los procesos históricos, adn de la cultura, en este caso estemos experimentando la presencia de la danza como hubo un momento para las orquestas y otro momento para los cantores/cantoras, y estos procesos tienden a resignificarse en largos períodos generacionales retornando en nuevas formas. Por otro lado, la letrística del tango, en alguna medida, es fagocitada por su propio mito sencillista no abundando, como en otras épocas, poetas madurados en el estudio y la lectura que podían mantener, sin ningún esfuerzo, la riqueza de su personalidad alternado los libros con el bar, la calle y el teatro. Este fue un país culto, ya no lo es. La educación fue minada consuetudinariamente desde mediados de los años '70 y no hay la misma relación que antes había con la cultura, que era un hecho cotidiano y no un "algo" especial que surge tras determinada decisión. Salvando las grandes excepciones de poetas actuales en el Tango, cuyas obras traslucen la ávida y placentera lectura de la poesía en general, la mayoría de los intentos quedan en una recurrencia a lugares comunes. Que una obra artística llegue a su público no depende del tema que toque. Un buen tango canción no lo es porque se ambiente en determinado barrio, haya un malvón, un patio, o intente ser moderno juntando, pobre Discépolo, internet con el mate. La clave no está ahí sino en la calidad poética que sólo se alcanza con estudio e inspiración, nunca solamente una de las dos. Y esto no vale solo respecto de la letrística. También los intérpretes deben desarollar la lectura de poesía, la comprensión que permite presentar esa historia o escena al cantar o instrumentar una obra. Recuerdo el living de la casa de Goyeneche en la calle Melián de Saavedra: una modesta biblioteca que se floreaba con variada poesía desde Baulelaire hasta Alejandra Pizarnik, desde los Surrealistas franceses hasta Quevedo, desde Darío hasta Gelman. El hombre decía que era Profesor de Gramática como su madre.

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