viernes, 27 de abril de 2012

La isla (Césare Pavese)


Todos saben que el náufrago Ulises, durante su viaje de regreso, permaneció nueve años en la isla Ogigia, donde sólo vivía Calipso, antigua diosa.

(Hablan Calipso y Ulises.)

Calipso.
Ulises, no existe nada muy diferente. También tú, igual que yo, quieres detenerte en una isla. Has visto y has padecido todas las cosas. Quizás un día te diré lo que yo he padecido. Ambos estamos cansados de un gran destino. ¿Para qué continuar? ¿Qué te importa que la isla no sea la que buscabas? Aquí ya nada acontece. Hay un poco de tierra y un horizonte. Aquí puedes vivir para siempre.

Ulises.
Una vida inmortal.

Calipso.
Inmortal es quien acepta el instante. Quien no conoce ya un mañana. Pero si te gusta la palabra, dila. ¿Llegaste en verdad a ese extremo?

Ulises.
Yo consideraba inmortal al que no teme a la muerte.

Calipso.
El que no espera vivir. En verdad, casi lo eres. También tu has padecido mucho. Pero, ¿por qué esta obsesión de volver a tu casa? Todavía estás inquieto. ¿Por qué vas diciendo discursos, solo, entre los acantilados?

Ulises.
Si mañana partiera, ¿serías tú infeliz?

Calipso.
Quieres saber demasiado, querido. Digamos que soy inmortal. Pero si no renuncias a tus recuerdos y a tus sueños, si no depones tu obsesión y no aceptas el horizonte, no podrás escapar de ese destino que conoces.

Ulises
Se trata siempre de aceptar un horizonte. ¿Para obtener qué?

Calipso.
Para reposar la cabeza y callar, Ulises. ¿Te has preguntado por qué también nosotros buscamos el sueño? ¿Te has preguntado adónde van los viejos dioses ignorados por el mundo? Por qué se hunden en el tiempo, como la piedra en la tierra, ellos, que sin embargo son eternos? Y yo, ¿quién soy, quién es Calipso?

Ulises.
Te pregunté si eres feliz.

Calipso.
Es un silencio, te digo. Una cosa remota y casi muerta. Lo que ha sido y ya no volverá a ser. En el viejo mundo de los dioses, cuando un gesto mío era destino. Tuve nombres pavorosos, Ulises. La tierra y el mar me obedecían. Luego me cansé; pasó cierto tiempo, no quise moverme más. Alguna de nosotras resistió a los nuevos dioses; yo dejé que los nombres se hundieran en el tiempo; todo cambió y permaneció igual; no valía la pena disputarle a los nuevos el destino. Ya sabía mi horizonte y sabía también por qué los viejos no quisieron disputar con nosotros.

Ulises.
¿Pero no eras inmortal?

Calipso.
Y lo soy, Ulises. No espero morir. Y no espero vivir. Acepto el instante. A ustedes, los mortales, les espera algo parecido, la vejez y la añoranza. ¿Por qué no quieres, como yo, reclinar la cabeza en esta isla?

Ulises.
Lo haría si creyera que estás resignada. Pero también tú, que fuiste señora de todas las cosas, me necesitas a mí, un simple mortal, para que te ayude a soportar.

Calipso.
Es un bien recíproco, Ulises. No hay verdadero silencio si no es compartido.

Ulises.
¿No te basta que esté hoy contigo?

Calipso.
No estás conmigo, Ulises. No aceptas el horizonte de esta isla. Y no te sustraes a la añoranza.

Ulises.
Lo que añoro es una parte viva de mí mismo, como lo es para ti tu silencio. ¿Qué ha cambiado para ti desde los días en que la tierra y el mar te obedecían? Sentiste que estabas sola y que estabas cansada, y olvidaste tus nombres. Nada te ha sido quitado. Eres lo que quisiste ser.

Calipso.
Lo que soy es casi nada, querido. Casi mortal, casi una sombra como tú. Es un largo sueño comenzado quién sabe cuándo, y tú has entrado a este sueño como un ensueño. Temo el alba, el despertar; si te vas, es el despertar.

Ulises.
¿Eres tú, señora, quien habla?

Calipso.
Temo el despertar como tú temes la muerte. Mira: antes estaba muerta; ahora lo sé. No quedaba de mí sobre esta isla sino la voz del mar y del viento. Oh, no era padecer. Dormía. Pero, desde que has llegado, has traído otra isla dentro de ti.

Ulises.
La busco desde hace tiempo. Tú no sabes lo que es entornar los ojos para ilusionarse cada vez que se divisa una tierra. Yo no puedo aceptar y callar.

Calipso.
Sin embargo, Ulises, ustedes, los hombres, dicen que recuperar lo perdido es siempre una desgracia. El pasado no vuelve. Nada resiste el paso del tiempo. Tú que has visto el océano, los monstruos y el Eíseo, ¿podrás reconocer todavía las casas, tus casas?

Ulises.
Pero sabré al menos que debo detenerme.

Calipso.
 No vale la pena, Ulises. El que no se detiene ahora, ya mismo, no se detiene jamás. Lo que haces, seguirás haciéndolo siempre. Debes quebrar de una vez el destino, debes cambiar de calle y dejarte hundir en el tiempo…

Ulises.
No soy inmortal.

Calipso.
Lo serás si me escuchas. ¿Qué es la vida eterna sino este aceptar el instante que viene y el instante que va? El éxtasis, el placer, la muerte no tienen otra finalidad. ¿Qué ha sido hasta ahora de tu vagar inquieto?

Ulises.
Si lo supiera, ya me hubiese detenido. Pero olvidas algo.

Calipso.
Dime.

Ulises.
Aquello que busco lo tengo en el corazón, como tú.

(de Diálogos con Leucó, de Césare Pavese)

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