Como expresión
artística que es, el Tango supone la puesta en juego de un punto de vista que se
comparte, se presenta, se muestra, se da a oír, sin afán de imponerse ya que,
de hacerlo, estaría contradiciendo los fundamentos de ese punto de vista. Su
falta de ambición, en ese sentido, lo hace poco hábil en el terreno de la
mercadotecnia que, en el presente más que nunca antes, apela al grupo, a lo
gregario, a la diversión y al entretenimiento, para favorecer sus intereses.
Por supuesto que no todo el Tango se halla fuera de ese mecanismo globalizado,
el llamado Tango Electrónico es su versión, con un marcatto constante y sonidos vocales o
instrumentales a través de filtros técnicos que completan el clima agobiante y
hasta deprimente de sus grabaciones. No es en vano que surja este estilo en Europa
durante la ejecución de la Unión Europea y la Globalización mercantilista.
Pero, más allá de estas posibles casualidades, es notable la falta de pasión,
el poco sentimentalismo que se oye en el Tango Electrónico, tal como si se
intentara que hubiera una conversión hacia lo cool, como se dice en inglés, la frialdad que se valora como una
característica de “haber vivido”, de control de las emociones, de un cínico estado
de gracia surgido en las artes urbanas de los países regentes como reacción a
la pérdida de identidad derivada de la cultura de masas. “Birth of the cool” es un disco maravilloso de Miles Davis, una
obra de arte a la altura de las mejores del Siglo XX. Pero el sistema mercantil
que diseña la realidad desde el argumento del progreso, convierte el concepto
de cool en algo más relacionado al
desamparo que a la conciencia de la propia soledad, eso que tal vez nos quiso
mostrar Miles. En el Tango Electrónico suena más el desamparo que la soledad, los desamparados son más manipulables que los solitarios.
Más aún, el Tango como género ha desarrollado el concepto de soledad en todas
sus variantes, poniendo el cuerpo, la palabra, el ritmo, la armonía a evidenciar
las emociones implicadas. El personaje del Tango no se halla desamparado, sí
puede estar solo. Está solo con su conciencia de sí mismo y de la realidad que
le toca vivir, está consciente de su individualidad, tanto que resiste contra
eso que llama “lo moderno”, pecando de conservador, si se quiere, pero que, en
el fondo se trata del espíritu anarquista que forma parte de su guiso originario.
No es que el personaje del Tango esté en contra de la novedad por un mero
berrinche edípico que no le permite dar un paso afuera de la falda de la madre
aunque exista claramente el duelo por el paraíso perdido, a lo que se resiste
es a la imposición que se ejerce desde el poder sobre su individualidad buscando
que se adapte a las reglas. Siente y denuncia esa apropiación que hace el
sistema sobre el individuo en nombre del progreso y del bienestar general. El
Tango es el relato de la individualidad. De ahí que el Tango no puede ser
folklore, no habla acerca de las tradiciones de un grupo étnico o regional, o
de sus mitos y leyendas, costumbres y herencias; el Tango no es el folklore de
Buenos Aires, como algunos livianamente llegan a decir por el hecho de que es
la música de la ciudad, no es la voz de un grupo, es la de un individuo que se
resiste a participar de la masa y que hace de la amistad un culto, no es un
misántropo ni adolece de conciencia social. Ante todo, el personaje del Tango
no es cool, no es que todo le da lo
mismo; al contrario, porque todo no le da lo mismo espera no ser tratado como “lo
mismo” por el Todo.
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