viernes, 18 de febrero de 2011

Départ (Benjamin Britten-Arthur Rimbaud)



Solista: Carolin Cacao Leolao

Départ
Assez vu. La vision s'est rencontrée à tous les airs.
Assez eu. Rumeurs des villes, le soir, et au soleil, et toujours.
Assez connu. Les arrêts de la vie.  Ô Rumeurs et Visions!
Départ dans l'affection et le bruit neufs!



Partida
Visto lo suficiente. hallada la visión en todo el espacio.
Tenido lo suficiente. Rumores de ciudades, al anochecer, y al sol, y siempre.
Conocido lo suficiente. los decretos de la vida. ¡Oh, rumores y Visiones!
¡Partida hacia la afección y el sonido nuevos!


Arthur Rimbaud (1854-1891)

Ciclos


Dejé de cantar el fuego justo cuando la noche ató su pétalo a la lluvia y lo hizo gris
Hubo hierros que eran crines del olvido del sol saludando a la crueldad del amo que se abre paso entre himnos odas populares y asesinos de paladar ciego
En esas encrucijadas las verdades olían a cuento de bar y el aliento traía un humor pálido y violeta como el de las venas de los muertos

Pilares en el horizonte
las gargantas alzan su reino de manos

En la ceniza la lluvia escribe
tacto sin viento
lo que vendrá.


©Fabián Russo

martes, 15 de febrero de 2011

Esperanza Spalding - Cantora de Yala

Sarmiento y la Eugenesia

"Tengo odio a la barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad?. El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas". (En Buenos Aires, 1853; Carta a Mitre del 24 de Septiembre 1861; en EEUU., 1865)  

"¿Lograremos exterminar los indios?. Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado". (El Progreso, 27/9/1844; El Nacional, 25/11/1876)

Tras establecerse como posibilidad entre la ciencia positiva del siglo XIX, la tesis de Charles Darwin acerca de la evolución de las especies derivó en Darwinismo Social, según las conclusiones de su primo Sir Francis Galton en 1865. La Eugenesia se establece fácilmente poco después. Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos comenzaron a hacerse experimentos, bajo leyes constitucionales, que utilizaban seres humanos para mejorar la raza o descartar a aquellos considerados inútiles para este objetivo. Esta idea se esparció por Occidente con gran aceptación, llegando a ser Hitler el que expone su versión más extrema obligando a los “aliados” a detenerlo no tanto por la práctica en la eliminación de seres humanos sino por simplemente haber pasado cierto límite poniendo en riesgo el “buen nombre” de aquellos que, como la IBM o los bancos ingleses y yanquis que lo apoyaban.
Uno de quienes llevaron a cabo las ideas de la Eugenesia en Argentina públicamente fue Domingo Faustino Sarmiento, a quien por estos días vemos que el oficialismo intelectual trata de rescatar sin mencionar ésta entre tantas miserias del prócer escolar. Erradicar al gaucho y al aborigen era uno de los objetivos fundamentales de una clase social y política que halló en Sarmiento una voz potente y creíble para aquellos bancos ingleses que invertían en el país agrícola-ganadero, suplantar a esta raza criolla con inmigrantes europeos fue política de estado. Más aún, con sus diferencias, también fue política del Imperio en todos los países sobre los que señoreaba. A lo largo de los últimos 150 años las políticas eugenésicas fueron cambiando desde una visión farmacéutica hasta la simple aplicación de fórmulas económicas brutales pasando por hambrunas y dictaduras complacientes al sistema. Desde este punto de vista, y asistiendo a realidades que surgen de los diarios como el asedio a la población Qom, la bicentenaria práctica del trabajo esclavo en el país como si fuera novedad, el apoyo oficial a la minería a cielo abierto en tres provincias y ambicionando las alturas cordilleranas, la Eugenesia goza de buena salud en estos días.  
Sarmiento hubiera estado satisfecho con estas realidades en las que, además, se lo barniza históricamente como si no hubiera sido, también en el tema educativo, simplemente un esbirro de los poderes centrales que siguen siendo los mismos. El objetivo: reducir la población mundial a un número que facilite su opresión con la excusa de reducir la pobreza y, de ese modo, el establecimiento de un gobierno planetario (nuevo orden mundial) dirigido por una elite genéticamente “mejorada”, la misma que decidió los rumbos de Occidente durante los últimos dos siglos. Sarmiento fue un eslabón más en la cadena que nos ata y que será aún más terrible en las próximas décadas. Estamos asistiendo a una transformación que solo supone el fortalecimiento de los poderes que hasta ahora han sometido a los pueblos, ¿qué hace la Presidencia argentina apoyando y alabando al nuevo orden mundial? “¡Gloria y olor…!”

©Fabián Russo



Altavoces





Duermo entre senderos musicales
que rielan mi magra conciencia desatada
lejos de antiguos alcoholes
pero todavía bajo el efecto
de la adicción a la muerte,
ama condenada a servirme
como una madre que alimenta a su hijo
y que al parirte te mata
con amor devocional

Me preguntás quién soy
y digo que espero no conocer eso
ante tu estupor, que prefiero vivirlo
a conocerlo, a darle palabras,
sentido, causa
(nada que tenga una causa puede ser eterno)

Oigo la corriente que pasa por mí,
a mi costado,
y a la que no me entrego por temor
temor a perder lo que no tengo
y es mi vida entera sin embargo
Es una música leve como araña
que recorre el desierto nocturno
y dibuja hilos en la arena
al primer suspiro del alba
al despertar en mi cama
ancha como el olvido
apretando los huesos y la carne
contra el cotidiano vendaval
y su espesura tanática

No es lo mismo escuchar el silencio
que haberse quedado sordo.

 
©Fabián Russo

domingo, 13 de febrero de 2011

Anne Sexton (1966)





 
Deseando morir


Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.

Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.

Pero los suicidas poseen un lenguaje especial.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.

De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.

No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.

Nacidos sin vida, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,

y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina prisión.

Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto,  una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.


Wanting to die



Since you ask, most days I cannot remember
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the almost unnameable lust returns.

Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,
the furniture you have placed under the sun.

But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.

Twice I have so simply declared myself,
have possessed the enemy eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.

In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.

I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.

Still-born, they don't always die,
but dazzled, they can't forget a drug so sweet
that even children would look on an smile.

To thrust all that life under your tongue!
that, all by itself, becomes a passion.
Death's a sad bone; bruised, you´d say,

and yet she waits for me, year after year,
to so delicately undo an old wound,
to empty my breath from its bad prison.

Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit, a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,
leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love, whatever it was, an infection.

viernes, 11 de febrero de 2011

Roland Barthes, Los romanos en el cine (1957)

En el Julio César de Mankiewicz, todos los personajes tienen flequillo sobre la frente.
Unos lo tienen rizado, otros filiforme, otros en jopo, otros aceitado, todos lo
tienen bien peinado y no se admiten los calvos, aunque la Historia romana los haya
proporcionado en buen número. Tampoco se salvaron quienes tienen poco cabello y
el peluquero, artesano principal del film, supo extraer en todos los casos un último
mechón que alcanzó el borde de la frente, de esas frentes romanas cuya exigüidad
siempre ha indicado una mezcla específica de derecho, de virtud y de conquista.
¿Pero qué es lo que se atribuye a esos obstinados flequillos? Pues ni más ni
menos que la muestra de la romanidad. Se ve operar al descubierto el resorte
fundamental del espectáculo: el signo. El mechón frontal inunda de evidencia, nadie
puede dudar de que está en Roma, antaño. Y esta certidumbre es continua: los
actores hablan, actúan, se torturan, debaten cuestiones "universales", sin perder nada
de su verosimilitud histórica, gracias a ese emblema extendido sobre la frente: su
generalidad puede dilatarse con seguridad absoluta, atravesar el Océano y los siglos,
incorporar el aspecto yanqui de los extras de Hollywood, poco importa, todo el
mundo está instalado en la tranquila certidumbre de un universo sin duplicidad,
donde los romanos son romanos por el más legible de los signos, el cabello sobre la
frente.
Un francés, a cuyos ojos los rostros americanos aún conservan algo de exótico,
juzga cómica esa mezcla de morfologías: gángsters-sherifs y flequillo romano; en
todo caso es un excelente chiste de music-hall; para nosotros el signo funciona con
exceso: al dejar que aparezca su finalidad, se desacredita. Pero el mismo flequillo,
llevado por la única frente naturalmente latina del film, la de Marlon Brando, se nos
impone sin hacernos reír y no debería excluirse la posibilidad de que parte del éxito
europeo de este actor se deba a la integración perfecta de la capilaridad romana en la
morfología general del personaje. En contraste, Julio César resulta increíble con ese
aspecto de abogado anglosajón ya desgastado por mil segundos papeles policiales o
cómicos, con ese cráneo bonachón rastrillado por un lamentable mechón trabajado
por el peluquero.
Dentro del orden de las significaciones capilares, encontramos un subsigno: el
de las sorpresas nocturnas. Porcia y Calpurnia, desveladas en plena noche, muestran
los cabellos ostensiblemente desaliñados; la primera, más joven, tiene el desorden
flotante, es decir que la ausencia de arreglo aparece de algún modo en su primer
grado; la segunda, madura, presenta un punto flojo más trabajado: una trenza
contornea su cuello y aparece por delante del hombro derecho, imponiendo, de esta
manera, el signo tradicional del desorden, que es la asimetría. Pero esos signos son a
a la vez excesivos e irrisorios: postulan una "naturalidad" que ni siquiera tienen el
coraje de sostener hasta el fin: no son "francos".
Otro signo de este Julio César: todos los rostros sudan sin interrupción: hombres
del pueblo, soldados, conspiradores, todos bañan sus rasgos austeros y crispados con
un chorrear abundante (de vaselina). Y los primeros planos son tan frecuentes que,
sin lugar a dudas, el sudor resulta un atributo intencional. Como el flequillo romano
o la trenza nocturna, el sudor también es un signo. ¿De qué?: de la moralidad. Todo
el mundo suda porque en todos algo se debate; estamos ubicados en el lugar de una
virtud que se atormenta horriblemente, es decir en el lugar mismo de la tragedia; y el
sudor se encarga de manifestarlo. El pueblo, traumatizado por la muerte de César y
luego por los argumentos de Marco Antonio, el pueblo suda, combinando
económicamente, en ese único signo, la intensidad de su emoción y el carácter
grosero de su condición. Y los hombres virtuosos, Bruto, Casio, Casca, también
traspiran sin cesar, testimoniando el enorme tormento fisiológico que en ellos opera
la virtud que va a nacer de un crimen. Sudar es pensar (cosa que, evidentemente,
descansa sobre el postulado, propio de un pueblo de hombres de negocios, de que
pensar es una operación violenta, cataclísmica, cuyo signo más pequeño es el sudor).
En todo el film, sólo un hombre no suda, permanece lánguido, imberbe, hermético:
César. Evidentemente, César, objeto del crimen, permanece seco, pues él no sabe, no
piensa, debe conservar el aspecto nítido, solitario y limpio del cuerpo del delito.
También aquí el signo es ambiguo: permanece en la superficie, pero no por ello
renuncia a hacerse pasar como algo profundo; quiere hacer comprender (lo cual es
loable), pero al mismo tiempo se finge espontáneo (lo cual es tramposo), se declara a
la vez intencional e inevitable, artificial y natural, producido y encontrado. Esto nos
puede introducir a una moral del signo. El signo debería darse bajo dos formas
extremas: o francamente intelectual, reducido por su distancia a un álgebra, como en
el teatro chino, donde una bandera significa todo un regimiento; o profundamente
arraigado, inventado de algún modo cada vez, librando una faz interna y secreta,
señal de un momento y no de un concepto (el arte de Stanislavski, por ejemplo). Pero
el signo intermediario (el flequillo de la romanidad o la transpiración del
pensamiento) denuncia un espectáculo degradado, que tanto teme a la verdad
ingenua como al artificio total. Pues, si es deseable que un espectáculo esté hecho
para que el mundo se vuelva más claro, existe una duplicidad culpable en confundir
el signo y el significado. Es una duplicidad propia del espectáculo burgués: entre el
signo intelectual y el signo visceral, este arte coloca hipócritamente un signo
bastardo, a la vez elíptico y pretencioso, que bautiza con el nombre pomposo de
"natural".

Roland Barthes, "Mitologías" (Siglo XXI Editor)



miércoles, 9 de febrero de 2011

Facundo Cabral


No estás deprimido, estás distraído, distraído de la vida que te puebla.
Distraído de la vida que te rodea: Delfines, bosques, mares, montañas, ríos.
No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre por un ser humano cuando en el mundo hay 5,600 millones.
Además, no es tan malo vivir solo. Yo la paso bien, decidiendo a cada instante lo que quiero hacer, y gracias a la soledad me conozco; algo fundamental para vivir.
No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubistein interpretaba como nadie a Chopin a los 90. Sólo citar dos casos conocidos.
No estás deprimido, estás distraído, por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible, porque todo te fue dado. No hiciste ni un sólo pelo de tu cabeza por lo tanto no puedes ser dueño de nada.
Además la vida no te quita cosas, te libera de cosas. Te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud. De la cuna a la tumba es una escuela, por eso lo que llamas problemas son lecciones. No perdiste a nadie, el que murió simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón. ¿Quién podría decir que Jesús está muerto? No hay muerte: hay mudanza. Y del otro lado te espera gente maravillosa: Gandhi, Michelangelo, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre, que creía que la pobreza está más cerca del amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas, y nos aleja por que nos hace desconfiados.
Haz sólo lo que amas y serás feliz, y el que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente. No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor. Entonces habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible. Y sin esfuerzo porque te mueve la fuerza natural de la vida, la que me levantó cuando se cayó el avión con mi mujer y mi hija; la que me mantuvo vivo cuando los médicos me diagnosticaban 3 ó 4 meses de vida. Dios te puso un ser humano a cargo, y eres tú mismo. A ti debes hacerte libre y feliz, después podrás compartir la vida verdadera con los demás. Recuerda a Jesús: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Reconcíliate contigo, ponte frente al espejo y piensa que esa criatura que estás viendo es obra de Dios; y decide ahora mismo ser feliz porque la felicidad es una adquisición.
Además, la felicidad no es un derecho sino un deber porque si no eres feliz, estás amargando a todo el barrio. Un sólo hombre que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mando matar seis millones de hermanos judíos. Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo. Tenemos para gozar la nieve del invierno y las flores de la primavera, el chocolate de la Perusa, la baguette francesa, los tacos mexicanos, el vino chileno, los mares y los ríos, el fútbol de los brasileros, Las Mil y Una Noches, la Divina Comedia, el Quijote, el Pedro Páramo, los boleros de Manzanero y las poesías de Whitman, Mäiller, Mozart, Chopin, Beethoven, Caraballo, Rembrandt, Velásquez, Picasso y Tamayo, entre tantas maravillas.
Y si tienes cáncer o SIDA, pueden pasar dos cosas y las dos son buenas; si te gana, te libera del cuerpo que es tan molesto: tengo hambre, tengo frío, tengo sueño, tengo ganas, tengo razón, tengo dudas ... y si le ganas, serás más humilde, más agradecido, por lo tanto, fácilmente feliz. Libre del tremendo peso de la culpa, la responsabilidad, y la vanidad, dispuesto a vivir cada instante profundamente como debe ser.

No estás deprimido, estás desocupado. Ayuda al niño que te necesita, ese niño será socio de tu hijo. Ayuda a los viejos, y los jóvenes te ayudarán cuando lo seas. Además el servicio es una felicidad segura, como gozar a la naturaleza y cuidarla para el que vendrá. Da sin medida y te darán sin medidas.

Ama hasta convertirte en lo amado, más aún hasta convertirte en el mismísimo amor. Y que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas, el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso, una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que le destruyan hay millones de caricias, que alimentan la vida.  
  
Facundo Cabral

martes, 8 de febrero de 2011

Línea N (Waterlooplein- Avenida de Mayo)



Espero que me alcance el aire. Ya dejé atrás doscientos metros y ahora solo me sigue un jinete. No me alcanza. Después de la próxima esquina podré esconderme en el umbral de la zapatería de Van der Molen. Pesa el abrigo de cuero pero perdería segundos clave en quitármelo, el sudor baja por mi espalda. Los cascos del caballo cambian el ritmo y se resbalan contra el empedrado. El jinete sigue gritándo que me detenga y me insulta mientras más me alejo. Allá veo a Marieke, cayó al suelo. Un poco más, solo un poco más. Tengo que ayudarla, no puedo hacer como que no la veo y buscar refugio. Gano tiempo saltando sobre las baldosas rotas que les arrojamos y los cartuchos vacíos de los gases. No parece Ámsterdam. Pensar que desde hace veinte años venimos pudiendo sin enfrentamientos con la policía, nunca habían llegado tan lejos. Es cierto que el mundo ha cambiado, ya no son los ‘60 y nosotros, que fuimos antes que los hippie y toda la contracultura, nos vemos ahora en la disyuntiva de pelear por nuestros hogares con molotov en las manos y cadenas de bicicleta. Henk tenía razón, tal vez debíamos pertrecharnos mejor, pero cómo hacerlo sin traicionar nuestro ideal de libertad y no violencia. Nuestra pequeña revolución solo consistía en que nos dejen en paz, un especie de anarquismo que fuimos inventando leyendo a Thomas Leary, Herbert Marcuse, Guy Debord y al Maharishi. ¿Por qué no íbamos a ocupar esos viejos edificios abandonados que seguían en pie desde el siglo XV o el XVI? ¿Por qué nos quitan los hogares? ¿Qué haremos con nuestras familias? Éste, nuestro barrio, nuestro mundo, el Nieuwmarkt, nunca será el mismo si logran construir esas atrocidades. De alguna manera, esperábamos el apoyo de los amsterdammers. Fuimos demasiado ingenuos. Ahora, mayo de 1982, aquellos que antes nos seguían con respeto y admiración se ríen de nosotros, “jóvenes viejos”, dicen en voz baja cuando nos ven pasar, “patéticos”. ¿No se dan cuenta que hoy son nuestras casas, éstas que ocupamos en nuestro derecho, que hoy es la construcción de este circo, de este edificio en donde planean instalar tanto la Ópera de la ciudad como la Legislatura, y mañana serán otras las conquistas arrasadas en nombre del progreso y el beneficio económico de este u otro constructor? Este país está bajo el poder de los constructores. Sólo quedará nuestra lucha por que se legalizara el cannabis, nuestra victoria a favor del uso de bicicletas en vez de automóviles contaminantes, y esta batalla en la que nos están venciendo a palos y balas de goma. Cada vez son más, han llegado los carros de asalto escupiendo hombres armados que se dispersan en todas direcciones, seremos los eternos derrotados. Ámsterdam era un pueblo tranquilo, desde la ocupación de los Nazis no se veía esto. Ya llego, Marieke, ya llego; siento el calor de los muslos al tomar velocidad. Estaban esperando esta momento, hace años que querían darnos duro, solo esperaban que saliéramos a la calle a protestar, a defender nuestro derecho a tener un lugar para vivir. Casi sin aliento alzo a Marieke de los hombros para seguir corriendo, huele a vómito y agua con limón para los ojos; dice mi nombre, Frans, en una exhalación entre agradecida y resignada. Juntos intentamos alejarnos cada vez más de los jinetes y sus bastones. Pasa un cartucho de gas cerca de nuestras cabezas y ya llegan los carros hidrantes por diferentes flancos. De un salto Marieke y yo caemos en el hueco del nuevo subterráneo, la única línea de Metro de la ciudad, ésta que comienza aquí y ahora en Waterlooplein. Caemos y con nosotros el gas, el agua helada, caemos redondamente hasta el fondo del hueco como en un sueño, se oyen las herraduras golpeando cerca contra el asfalto, acercándose. Caemos sin soltarnos hasta más allá de nuestros cuerpos, caemos en un corredor iluminado, el piso limpio de la estación Waterlooplein. Detrás de unos vidrios, venden boletos unas chicas pulcras y uniformadas en azul con motivos amarillos, los molinetes no cesan de hacer un ruido seco con los pasajeros que pasan a nuestro alrededor sin vernos con sus bolsos, sus maletines, sus trajes, raudos y ausentes hacia algún lugar. Busco a Marieke para chequear cómo se encuentra, si los golpes la dejaron malherida, pero no la encuentro a mi lado. Está de pié, quieta, pasmada frente a una gran imagen que ocupa las paredes de la estación, fotografías inmensas que recuerdan la  “Batalla de Waterlooplein”, como reza un cartel en un costado. Marieke llora en silencio al ver los cuerpos golpeados, los policías con sus bastones y caballos, la gente que corre desesperada e inmóvil por evitar la fuerza contundente del agua en suspenso que sale de los carros hidrantes. Marieke está de pie, con la mirada fija en aquella mujer que vomita encorvada sobre el empedrado y que es ella misma congelada en el tiempo de la fotografía, y se toca el rostro que ha envejecido y llora. Estoy desconcertado, no sé lo que sucede, Marieke me mira y veo en sus ojos y en su boca el paso real del tiempo. No entiendo. Arriba en el techo, un cartel luminoso indica que son las 17.30, que es diciembre, 19 de diciembre, y han pasado casi veinte años desde que caímos a este lugar. Hacia donde mire están estas grandes imágenes de la lucha que libramos a unos seis metros sobre nuestras cabezas, los escudos de mimbre de los uniformados, la gente saltando, huyendo de la represión. Esa juventud cercenada que odiaba la monarquía y todo lo que representara el poder perverso de los políticos de turno. Sobre las ventanillas de venta de pasajes, el sello de armas de la Reina, de la casa de Orange. El abrigo de cuero es más incómodo que nunca, a pesar de ser diciembre hace muchísimo calor. Me lo quito y corro hacia la escalera en busca de la superficie. El calor es cada vez más agobiante y húmedo. Desde arriba un hombre que parece conocerme me grita para que apure el paso, que los milicos vienen al galope por la avenida. El olor al gas lacrimógeno no se ha disipado y los gritos de la gente y las corridas se oyen con claridad. Aquel que parece conocerme me grita “¡Vamos, Martín, corré!”, y no reconozco el nombre aunque me siento aludido. El olor del gas es cada vez más penetrante, ya estoy cerca de la salida. Sobre mi cabeza, en el momento de saltar a la calle, un antiguo cartel de hierro forjado dice “Estación Piedras”. Se acerca un jinete de azul blandiendo su bastón para pegarme pero logro escabullirme corriendo por Avenida de Mayo con el aliento recuperado, sintiéndome cada vez más joven aun con el alma transida, corriendo hacia la 9 de Julio donde parece que vamos a reagruparnos. En cualquier momento declararán el estado de sitio.
©Fabián Russo

Oblivion



Uno es eso que acaba de olvidar, y es el instante siguiente que también ya está olvidado. El resto, imágenes imprecisas, sonidos difusos, aromas disueltos, palabras. Y, a pesar de todo, sé quién soy. No es un saber positivo, no busca articularse en nada ni pretende beneficiarme, no tiene una dirección. Tal vez ni siquiera sea un saber. Más bien, resulta cercano a una roca, o a las moléculas que hacen a la roca, o a aquello que interviene en la relación de esas moléculas para llegar a ser roca. Ser más que saber. Alguna vez un cínico, sintiéndose superior en su pequeñez, ironizó acerca de mi saber quién soy como acto de suerte hasta inmerecida poniendo en duda, claro, mi afirmación ya que, ignorante, creía que el que se conoce a sí mismo mágicamente resuelve sus contradicciones o, lo que es peor, acciona de ahí en adelante una voluntad que lo lleva a solucionar sus desencuentros consigo y con el mundo. No hay modo de transmitir el estupor que produce estar frente a la propia existencia si el otro no lo experimenta también. Eso que se conoce está olvidado y en su lugar habita un mito. Conocer es olvidar, sólo en la palabra puedo retener algo de aquello pero no su esencia volátil. Yo digo “sé” y soy. Él dice “sé” y sabe. Será por eso que se me hace imposible emprender la tarea de una autobiografía.

©Fabián Russo

Paul Auster



“Era el estilo de vida que de verdad le seducía y puedo entender por qué volvió a él después de su ruptura ma­trimonial. Cuando a un hombre la vida le resulta tolera­ble sólo si permanece en la superficie de sí mismo, es natural que se sienta satisfecho obteniendo esa misma superficie de los demás. Tiene que responder a pocas demandas y no necesita comprometerse. El matrimonio, por el contrario, le cierra esa puerta. La existencia queda confinada a un espacio estrecho en el que uno se siente forzado a mostrarse a uno mismo de forma constante y, por consiguiente, obligado a mirar hacia el interior de uno mismo, a examinar las profundidades de su propio yo. Cuando la puerta está abierta, nunca hay ningún problema, siempre es posible huir y uno puede evitar incómodas confrontaciones con uno mismo o con los demás simplemente marchándose.
(…) Dado que el ámbito del otro era irreal para él, hacía sus incursiones en él con la parte de si mismo que él consideraba igualmente irreal, su otro yo, al que había entrenado como actor para representarse a sí mismo en la frívola comedia universal. Este yo sustituto era en esen­cia una broma, un niño hiperactivo, un fabricante de historias fantásticas, incapaz de tomar nada en serio.
(…)Sole­dad como forma de retirada, para no tener que enfrentar­se a sí mismo, para que nadie más lo descubriera.

Su forma de hablar, como si hiciera un enorme esfuerzo para escapar de su soledad o como si su voz estuviera oxidada porque hubiera perdido el hábito de hablar.” 

Paul Auster, La invención de la soledad

jueves, 3 de febrero de 2011

Girondo



Laura Navarro
La voz de un hombre, el poeta:
una entrevista a Oliverio Girondo


Quería que mi ensayo fuera una entrevista a un
escritor argentino. Cuando estaba abocada a la tarea
de selección del autor, leí unos poemas que me
facilitaron la decisión: sería Oliverio Girondo.
Sentí que necesitaba saber más, que esas poesías
solas no alcanzaban; una nueva mirada al mundo
llegaba hasta mí y no me era ajena.
Salí a buscar al autor, pero ya no estaba, había llegado
tarde a mi vida. Pero permanecía su obra y por
ello, superando la desilusión inicial, decidí continuar
en el empeño: haría la entrevista. Encontraría
las respuestas en las palabras de Oliverio Girondo,
es decir, en su propia obra; y he aquí el resultado.
P: Usted ha escrito que las distancias se han acortado
tanto que la ausencia y la nostalgia han
perdido su sentido. ¿Acaso ha quedado un espacio
para la poesía?
R: Segura de saber donde se hospeda la poesía,
existe siempre una multitud impaciente y apresurada
que corre en su busca pero, al llegar donde le
han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente
se le contesta: Se ha mudado. La poesía
siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta
que lo descubre un verdadero poeta.
P: Pero entonces, ¿qué los mueve a escribir?
R: Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador
escribe para los otros, ni para sí mismo, ni
mucho menos, para satisfacer un anhelo de creación,
sino porque no puede dejar de escribir.
Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos,
a ser siempre distintos, a renovarnos en cada
poema, pero a medida que se acumulan y forman
nuestra escueta o frondosa producción, debemos
reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos
escrito un solo y único poema.
P: No obstante, al leer su obra nos sorprende la
variedad de temas, como si todo le sirviera de materia
poética, los grandes temas humanos y la vida
cotidiana. Cabe luego la pregunta: ¿cómo surgen
sus poemas?
R: A veces los nervios se destemplan… Se pierde
el coraje de continuar sin hacer nada… Y se encuentran
ritmos al bajar la escalera, poemas tirados
en medio de la calle, poemas que uno recoge como
quien junta puchos en la vereda. Lo que sucede
entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma
en oficio.
P: Y seguramente el oficio lo impulsa a publicar…
R: ¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores
publican 1071% veces más de lo que debieran publicar?
Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de
estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de
los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la
tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente
interesante es el mecanismo de sentir y
pensar. Hasta que uno contesta a la insinuación
de algún amigo apocalíptico e inexorable…
P: ¡Amigo al que sus lectores estamos muy agradecidos!
Por otra parte la crítica…
R: No hay crítico comparable al cajón de nuestro
escritorio. ¡El Arte es el peor enemigo del arte! Un
fetiche ante el que ofician, arrodillados, quienes
no son artistas. Los críticos olvidan, con demasiada
frecuencia, que una cosa es cacarear, otra, poner
el huevo. ¡La opinión que se tendrá de nosotros
cuando sólo quede de nosotros lo que perdura de
la vieja China o del viejo Egipto!
P: Sin embargo, la dureza de sus palabras no
condice con la ternura y la piedad hacia los otros
que se ve reflejada en su obra. Esta aparente contradicción
me lleva a preguntarle: ¿cómo es en
realidad Oliverio Girondo?
R: Yo no tengo una personalidad; yo soy un cóctel,
un conglomerado, una manifestación de
personalidades. Desde que estoy conmigo mismo,
es tal la aglomeración de las que me rodean, que
mi casa parece el consultorio de una quiromántica
de moda. El hecho de que se hospeden en mi cuerpo
es suficiente, sin embargo, para enfermarse de
indignación. Mi vida resulta así una preñez de posibilidades
que no se realizan nunca, una explosión
de fuerzas encontradas que se entrechocan y se
destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor
determinación me cuesta un tal cúmulo de
dificultades, antes de cometer el acto más insignificante
necesito poner tantas personalidades de
acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y
esperar que se extenúen discutiendo lo que han de
hacer con mi persona…
P: Una vez más está haciendo alarde de su humor
y de su inagotable energía; los mismos que emplea
al describir su comunión con la naturaleza. Realmente,
¿siente que somos parte de una totalidad
cósmica?.
R: La certidumbre del origen común de las especies
fortalece tanto nuestra memoria, que el límite
de los reinos desaparece y nos sentimos tan cerca
de los herbívoros como de los cristalizados o de los
farináceos. Siete, setenta o setecientas generaciones
terminan por parecernos lo mismo, y (aunque
las apariencias sean distintas) nos damos cuenta
de que tenemos tanto de camello como de zanahoria.
El mármol, los caballos tienen mis propias
venas. Cualquier dolor lastima mi carne, mi esqueleto.
Si diviso una nube debo emprender el vuelo.
Cuántas veces me he dicho: ¿Seré yo esa piedra?
Nunca sigo un cadáver sin quedarme a su lado.
Basta que alguien me piense para ser un recuerdo.
P: Tal vez esa consustanciación con la naturaleza
le haya permitido captar el estado actual del mundo:
degradado por las miserias humanas; de ser así,
¿qué nos pasó, cómo se llegó a esa degradación?
R: Nos sedujo lo infecto, la opinión clamorosa de
las cloacas. Y aquí estamos: exangües, más pálidos
que nunca; como tibios pescados corrompidos por
tanto mercader y ruido muerto; como mustias
acelgas digeridas por la preocupación y la dispepsia.
Desolados engendros del azar y el hastío, con
la carne exprimida por los bancos de estuco y tripas
de oro… que los llevan al hambre, a empeñar
la esperanza, a vender los ovarios, a cortar en pedazos
a sus adoradas madres, a ingerir los infundios
que pregonan las lámparas, los hilos tartamudos,
los babosos escuerzos que tienen la palabra, y hablan,
hablan, hablan...
P: Parecen las palabras de un hombre cansado.
R: ¡Sí! Cansado de usar un solo bazo, dos labios,
veinte dedos, no sé cuántas palabras, no sé cuántos
recuerdos, grisáceos, fragmentados. Y de los
replanteos y recontradicciones y reconsentimientos
sin o con sentimiento cansado… cansado hasta el
estrabismo mismo de los huesos de tanto errante y
queja quena y desatino tísico… simplemente cansado
del cansancio del harto tenso extenso entrenamiento
al engusanamiento y al silencio… como si ya no
fuese bastante deprimente saber que sólo somos un
pálido excremento del amor, de la muerte.
P: Entonces, frente al dolor existencial y la inexorable
finitud, ¿sólo nos queda la muerte para huir
de esa realidad? ¿Cuál es su relación con la muerte?
R: No la conozco. No quiero conocerla. Me repugna
lo hueco, la afición al misterio, el culto a la
ceniza, a cuanto se disgrega. Jamás he mantenido
contacto con lo inerte. Si de algo he renegado es
de la indiferencia. No aspiro a transmutarme, ni
me tienta el reposo. Todavía me intrigan el absurdo,
la gracia. No estoy para lo inmóvil, para lo
inhabitado. Cuando venga a buscarme, díganle: «Se
ha mudado».
P: Pero, maestro, pese al cansancio y el escepticismo,
parece que su pasión y ansiedad por el mundo
permanecen intactas, que aún tiene esperanzas…
R: Ya sé que todavía pasarán muchos años para
que estos crustáceos del asfalto y la mugre se limpien
la cabeza y abandonen su costra de opresión,
de ceguera, de mezquindad, de bosta. Pero, quizás,
un día, antes de que la tierra se canse de atraemos
y brindamos su seno, el cerebro les sirva para sentirse
humanos… y descubrir, de nuevo, que todas
las riquezas se encuentran en nosotros y no bajo la
tierra. ¡Ah! Ese día… guardaremos silencio para
tomar el pulso a todo lo que existe y vivir el milagro
de cuanto nos rodea, mientras alguien nos diga,
con una voz de roble, lo que desde hace siglos esperamos
en vano.
P: ¿Y mientras tanto?
R: Y entretanto lloremos tomados de la mano.
Lloremos. ¡Ah! Lloremos purificantes lágrimas,
hasta ver disolverse el odio, la mentira, y lograr
algún día —sin los ojos lluviosos— volver a sonreírle
a la vida que pasa.

Laura Navarro
La voz de un hombre, el poeta:
una entrevista a Oliverio Girondo
Gramma - Mayo de 2002

miércoles, 2 de febrero de 2011

Pizarnik


Alejandra Pizarnik - Extracción de la piedra de la locura
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Alejandra Pizarnik - Entrevista de Alberto Lagunas

DOS PALABRAS PARA UN REPORTAJE
Alberto Lagunas

Entrevisté a Alejandra Pizarnik inmediatamente después de que ella ganara el primer premio en el concurso a la producción literaria de 1965 por "Los trabajos y las noches", organizado por la Municipalidad de Buenos Aires. Este reportaje fue publicado en 1966 en un diario de Rosario de escaso tiraje, ya desaparecido. Tanto las preguntas como las respuestas fueron hechas por escrito, de manera que la palabra de la poeta se presenta sin ninguna alteración.
      
EL REPORTAJE

A.L: ¿Sabe realmente cuándo comienza a escribir un poema, en otras palabras, cree en la inspiración?

A.P.: No puedo creer en la "inspiración". Pero no se trata de una creencia sino de asistir a una evidencia.

A.L.: ¿Cómo "trabaja’ o "siente" la poesía que hace?

A.P.: Casi siempre trabajo mis poemas a larga distancia. Me importa mucho el rol de la noción de distancia en la compleja relación autor-poema. Pero distancia, en lengua argentina, suele equivaler a frialdad. Ignoro el sentido de este término y agrego que necesito más inspiración (o como quiera llamarse) para trabajar un poema que para alumbrarlo (verbo más adecuado a la segunda etapa, la del trabajo, que no conviene llamar trabajo por su connotación utilitaria). No sé qué otro término podría emplearse pero yo hablaría de intento de curación o de reparación del poema, lo cual no tiene relación alguna con el acto aplicado y escolar de corregir cuartillas con fines de perfección externa de eso que llaman forma.

A.L.: ¿Qué significan para Usted los premios?

A.P.: Una cierta suma de dinero. En cuanto a los premios honoríficos, o sea sin billetes, les quito todo derecho de autodenominarse premios.

A.L.: ¿Cómo ve el panorama literario argentino?

A.P.: No logro verlo. En cambio, vislumbro el panorama literario latinoamericano: Vale la pena frecuentarlo.

A.L.: ¿Qué nombres marcarían el siglo XX literario?

A.P.: Kafka, Breton, JoyceSigma

A.L: ¿Se atrevería a definir la poesía?

A.P.: No. No me atrevería.

A.L.: ¿Habría diferencia entre "lo poético’ y "lo literario’?

A.P.: Hay inmensas diferencias. El sol es poético y no es literario. Cualquier objeto y cualquier sujeto puede ser poético sin ser literario. Por otra parte, hay que distinguir entre lo poético y el poema, como así también entre lo literario y la literatura. O sea, lo poético y lo literario son atributos inmanentes de sujetos y objetos variados. La alquimia poética o la alquimia literaria puede hacerlos "visibles’ como diría Paul Klee, y es esta una de las razones por las que la poesía y la literatura son apasionantes.

A.L.: ¿Qué le preocupa más cuando da a conocer un libro de poesías?

A.P.: Cuando doy a conocer un libro de poesías nada me preocupa porque me alegra demasiado la perspectiva de quitarme de encima el peso de mis poemas, tan livianos cuando dejan de ser míos o inéditos y cuando algún lector privilegiado los asume y, así, me ayuda a compartir el terrible peso de la palabra solitaria, que deja de serlo gracias a esta operación maravillosa como es el encuentro entre un lector y un poema.

A.L.: ¿En qué está trabajando actualmente?

A.P.: Estoy esperando que sea octubre para ver publicado por Sudamericana mi sexto libro de poemas: “Fragmentos para dominar el silencio” (1). Entretanto, trabajo en poemas nuevos (creo que nuevos en todos los sentidos de esta palabra ambigua) que constituirán un séptimo libro de poemas. Aún no tiene título pero yo lo llamo “J.B.” por Jerónimo Bosch (algunos poemas se relacionan con dos cuadros de él). En fin, ignoro si se trata de un libro o de una prueba en el sentido trágico y antiguo, cuando el destino probaba a una criatura humana infligiéndole alegrías y desdichas peculiares. Pero prefiero no seguir hablando de lo que aún no es.

Notas:

(1) "Fragmentos para dominar el silencio” volumen que luego llevó por título "Extracción de la piedra de locura" (Sudamericana, 1968).
(2) "J.B." es posible que sea "El infierno musical" (Fondo de Cultura Económica, México, 1971-72). Ambos títulos aluden a obras del pintor flamenco.