jueves, 3 de febrero de 2011

Girondo



Laura Navarro
La voz de un hombre, el poeta:
una entrevista a Oliverio Girondo


Quería que mi ensayo fuera una entrevista a un
escritor argentino. Cuando estaba abocada a la tarea
de selección del autor, leí unos poemas que me
facilitaron la decisión: sería Oliverio Girondo.
Sentí que necesitaba saber más, que esas poesías
solas no alcanzaban; una nueva mirada al mundo
llegaba hasta mí y no me era ajena.
Salí a buscar al autor, pero ya no estaba, había llegado
tarde a mi vida. Pero permanecía su obra y por
ello, superando la desilusión inicial, decidí continuar
en el empeño: haría la entrevista. Encontraría
las respuestas en las palabras de Oliverio Girondo,
es decir, en su propia obra; y he aquí el resultado.
P: Usted ha escrito que las distancias se han acortado
tanto que la ausencia y la nostalgia han
perdido su sentido. ¿Acaso ha quedado un espacio
para la poesía?
R: Segura de saber donde se hospeda la poesía,
existe siempre una multitud impaciente y apresurada
que corre en su busca pero, al llegar donde le
han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente
se le contesta: Se ha mudado. La poesía
siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta
que lo descubre un verdadero poeta.
P: Pero entonces, ¿qué los mueve a escribir?
R: Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador
escribe para los otros, ni para sí mismo, ni
mucho menos, para satisfacer un anhelo de creación,
sino porque no puede dejar de escribir.
Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos,
a ser siempre distintos, a renovarnos en cada
poema, pero a medida que se acumulan y forman
nuestra escueta o frondosa producción, debemos
reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos
escrito un solo y único poema.
P: No obstante, al leer su obra nos sorprende la
variedad de temas, como si todo le sirviera de materia
poética, los grandes temas humanos y la vida
cotidiana. Cabe luego la pregunta: ¿cómo surgen
sus poemas?
R: A veces los nervios se destemplan… Se pierde
el coraje de continuar sin hacer nada… Y se encuentran
ritmos al bajar la escalera, poemas tirados
en medio de la calle, poemas que uno recoge como
quien junta puchos en la vereda. Lo que sucede
entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma
en oficio.
P: Y seguramente el oficio lo impulsa a publicar…
R: ¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores
publican 1071% veces más de lo que debieran publicar?
Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de
estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de
los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la
tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente
interesante es el mecanismo de sentir y
pensar. Hasta que uno contesta a la insinuación
de algún amigo apocalíptico e inexorable…
P: ¡Amigo al que sus lectores estamos muy agradecidos!
Por otra parte la crítica…
R: No hay crítico comparable al cajón de nuestro
escritorio. ¡El Arte es el peor enemigo del arte! Un
fetiche ante el que ofician, arrodillados, quienes
no son artistas. Los críticos olvidan, con demasiada
frecuencia, que una cosa es cacarear, otra, poner
el huevo. ¡La opinión que se tendrá de nosotros
cuando sólo quede de nosotros lo que perdura de
la vieja China o del viejo Egipto!
P: Sin embargo, la dureza de sus palabras no
condice con la ternura y la piedad hacia los otros
que se ve reflejada en su obra. Esta aparente contradicción
me lleva a preguntarle: ¿cómo es en
realidad Oliverio Girondo?
R: Yo no tengo una personalidad; yo soy un cóctel,
un conglomerado, una manifestación de
personalidades. Desde que estoy conmigo mismo,
es tal la aglomeración de las que me rodean, que
mi casa parece el consultorio de una quiromántica
de moda. El hecho de que se hospeden en mi cuerpo
es suficiente, sin embargo, para enfermarse de
indignación. Mi vida resulta así una preñez de posibilidades
que no se realizan nunca, una explosión
de fuerzas encontradas que se entrechocan y se
destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor
determinación me cuesta un tal cúmulo de
dificultades, antes de cometer el acto más insignificante
necesito poner tantas personalidades de
acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y
esperar que se extenúen discutiendo lo que han de
hacer con mi persona…
P: Una vez más está haciendo alarde de su humor
y de su inagotable energía; los mismos que emplea
al describir su comunión con la naturaleza. Realmente,
¿siente que somos parte de una totalidad
cósmica?.
R: La certidumbre del origen común de las especies
fortalece tanto nuestra memoria, que el límite
de los reinos desaparece y nos sentimos tan cerca
de los herbívoros como de los cristalizados o de los
farináceos. Siete, setenta o setecientas generaciones
terminan por parecernos lo mismo, y (aunque
las apariencias sean distintas) nos damos cuenta
de que tenemos tanto de camello como de zanahoria.
El mármol, los caballos tienen mis propias
venas. Cualquier dolor lastima mi carne, mi esqueleto.
Si diviso una nube debo emprender el vuelo.
Cuántas veces me he dicho: ¿Seré yo esa piedra?
Nunca sigo un cadáver sin quedarme a su lado.
Basta que alguien me piense para ser un recuerdo.
P: Tal vez esa consustanciación con la naturaleza
le haya permitido captar el estado actual del mundo:
degradado por las miserias humanas; de ser así,
¿qué nos pasó, cómo se llegó a esa degradación?
R: Nos sedujo lo infecto, la opinión clamorosa de
las cloacas. Y aquí estamos: exangües, más pálidos
que nunca; como tibios pescados corrompidos por
tanto mercader y ruido muerto; como mustias
acelgas digeridas por la preocupación y la dispepsia.
Desolados engendros del azar y el hastío, con
la carne exprimida por los bancos de estuco y tripas
de oro… que los llevan al hambre, a empeñar
la esperanza, a vender los ovarios, a cortar en pedazos
a sus adoradas madres, a ingerir los infundios
que pregonan las lámparas, los hilos tartamudos,
los babosos escuerzos que tienen la palabra, y hablan,
hablan, hablan...
P: Parecen las palabras de un hombre cansado.
R: ¡Sí! Cansado de usar un solo bazo, dos labios,
veinte dedos, no sé cuántas palabras, no sé cuántos
recuerdos, grisáceos, fragmentados. Y de los
replanteos y recontradicciones y reconsentimientos
sin o con sentimiento cansado… cansado hasta el
estrabismo mismo de los huesos de tanto errante y
queja quena y desatino tísico… simplemente cansado
del cansancio del harto tenso extenso entrenamiento
al engusanamiento y al silencio… como si ya no
fuese bastante deprimente saber que sólo somos un
pálido excremento del amor, de la muerte.
P: Entonces, frente al dolor existencial y la inexorable
finitud, ¿sólo nos queda la muerte para huir
de esa realidad? ¿Cuál es su relación con la muerte?
R: No la conozco. No quiero conocerla. Me repugna
lo hueco, la afición al misterio, el culto a la
ceniza, a cuanto se disgrega. Jamás he mantenido
contacto con lo inerte. Si de algo he renegado es
de la indiferencia. No aspiro a transmutarme, ni
me tienta el reposo. Todavía me intrigan el absurdo,
la gracia. No estoy para lo inmóvil, para lo
inhabitado. Cuando venga a buscarme, díganle: «Se
ha mudado».
P: Pero, maestro, pese al cansancio y el escepticismo,
parece que su pasión y ansiedad por el mundo
permanecen intactas, que aún tiene esperanzas…
R: Ya sé que todavía pasarán muchos años para
que estos crustáceos del asfalto y la mugre se limpien
la cabeza y abandonen su costra de opresión,
de ceguera, de mezquindad, de bosta. Pero, quizás,
un día, antes de que la tierra se canse de atraemos
y brindamos su seno, el cerebro les sirva para sentirse
humanos… y descubrir, de nuevo, que todas
las riquezas se encuentran en nosotros y no bajo la
tierra. ¡Ah! Ese día… guardaremos silencio para
tomar el pulso a todo lo que existe y vivir el milagro
de cuanto nos rodea, mientras alguien nos diga,
con una voz de roble, lo que desde hace siglos esperamos
en vano.
P: ¿Y mientras tanto?
R: Y entretanto lloremos tomados de la mano.
Lloremos. ¡Ah! Lloremos purificantes lágrimas,
hasta ver disolverse el odio, la mentira, y lograr
algún día —sin los ojos lluviosos— volver a sonreírle
a la vida que pasa.

Laura Navarro
La voz de un hombre, el poeta:
una entrevista a Oliverio Girondo
Gramma - Mayo de 2002

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