martes, 6 de septiembre de 2011

De profundis (Nescio)

   
Mi vida es demasiado breve, no puedo apresurarme, mi trabajo es una catedral, necesito mucho tiempo, siglos... ¿y cuánto más voy a vivir?
   Desde mi interminable tristeza y mis ternuras sin medida, desde mi corporalidad construyo mi catedral. Lo que usted celebra me ha adelgazado y consumido. En la montaña yo lo he alimentado y usted mira el valle de las amabilidades. En aquella cima, del otro lado, se alza mi catedral que nunca completaré. Pero al fundamento de locura que me sustenta no lo ha visto. Imperceptiblemente lo he guiado por allí y tampoco. Exactamente lo que yo buscaba.
   De no poder hacer lo que quiero, de no querer lo que puedo, de desear lo que no tengo y no soy; y de no ambicionar lo que tengo y de no querer estar en donde estoy, de la nostalgia del pasado, aquello que ya fue y al principio fue entendido; y de esperar que algo venga y nunca viene; desde mi horrible melancolía y mi helada  soledad, desde todas estas cosas que pudieron haberme arruinado como se han arruinado tantos, desde todas estas cosas construyo mi catedral. Y mi catedral está allí como una alegría. Brilla al sol con sus dos torres, incompleta para llegar más alto.
   La vida es un sueño, dice usted bien. Desgraciadamente en estos tiempos sueño mucho con hambre y pies mojados y señores que  me consideran debajo de su nivel. Últimamente estoy soñando tan horrible... Que a mi jefe, ni siquiera mi jefe, a mi sub-jefe saludo familiarmente en un restaurante de la Estación Weesperpoort , y que un caballero distinguido, que lo conocía, lo mira casualmente y lo escucha y le pregunta quién es  el señor y después dice que él no querría que uno de sus empleados lo salude de esa manera. Usted, lector, que probablemente es educado en cierta medida, ¿escuchó alguna vez a otros caballeros hablando de sus empleados? Posiblemente no. No me arriesgo a decir que verdaderos caballeros hablan acerca de esto fuera de la oficina.
   Fue un sueño demasiado pesado para alguien que construye catedrales. Y para los de nuestra clase es siempre aconsejable ser alguien en el mundo.
   ¿Y cuántas veces estoy soñando que debo dirigirme hacia dos señores (otra vez los señores) sentados mientras tengo que permanecer de pie sin decir palabra sin que noten mi presencia ya que sus trajes son más caros que el mío y, ante todo, sus zapatos y ropas les sientan mejor?
   Y luego puedo, muy tímidamente, como si los señores ya lo supieran, tomar la palabra donde los cuatro estaban esperando. Y hay dos que se van. Los cuatro se ponen de pie y se despiden con muchos apretones y halagos y amables sonrisas y dando la mano y para ellos está muy claro cuán caballeros son mientras estoy ahí olvidado o casi olvidado.
   Esos son sueños pesados. Los señores tienen razón, ¿qué saben ellos de catedrales? Y usted estaría también muy reservado y hasta un poco irritado cuando me cruce mañana en la calle y yo lo salude familiarmente y usted camine junto a un caballero de su clase. Y usted tendría razón. Yo no debería mirar sus mujeres con descaro.
   La vida es realmente un sueño. Pero si construyo mi catedral yo sueño, ¡por Dios!, no, que estoy despierto y veo claramente que aquellos señores hace mucho ya deberían estar en sus caros sepulcros familiares (si es que no se hacen cremar porque para la muerte no son señores estrechos), que deberían estar en sus caros sepulcros desde hace tiempo mientras mi incompleta catedral todavía brilla al sol, toda alegría.
   Y ahora podría preguntarle a usted si algo está más claro con la Revolución Rusa.
 
(13 de octubre de 1918)
   Espero que no haya creído nada del capítulo anterior. Si es así entonces, vuelvo a sentirme tranquilo.
   Aquello no puede ser verdad, lo del saludo en el restaurante de la estación en Weesperpoort. ¿Y tan flaco y débil? Tiene que verlo.  Y la horrible melancolía. Yo no soy chistoso.
   ¿Cuándo empieza realmente la historia? Le he prometido una gran novela, ¿no lo dije todavía? Tengo nuevamente el plan de escribir un gran libro que nunca escribiré y alguien debería hacerlo para hacerse famoso, como dicen. Una larga novela de hormigón armado, en lo posible dividida en dos partes y muy épica. Porque USTED sabe que las historias épicas son el género más alto de la literatura. Eso también lo leí por ahí. Escriben cualquier cosa. Hacen literatura, literatura muerta y otras obras de arte, (sin parar) y no se mueren de eso. El tiempo de las catedrales ya pasó.
   Pero USTED tiene que tener un poco de paciencia conmigo. Estoy empezando, en realidad la novela ya está empezada. ya estamos, digamos, en la mitad, algo que USTED no notó todavía.
   Anoche hubo la noticia de que las Centrales aceptaron las propuestas de Wipon. Esta mañana fui a la ciudad para ver si había borrachos. era una grisácea mañana de domingo en octubre y los arbolitos del Damrak apenas tenían hojas. El Ij estaba tan tranquilo, tan gris azulado, y pensé con algunas largas arrugas que, calladamente, el año llegaba a su fin. Pero no había nadie en la calle, no había borrachos ni banderas. Me interesa, cuando los zapatos cambien de dirección.
   Octubre es especialmente bello este  año, vivimos en una ciudad dorada, gratis; no querría ser un señor ni por cien mil billetes. Prefiero seguir como soy, un pedacito de caballero que cerca de las orillas camina donde los árboles y a cada paso se detiene y gira como alguien que está un poco desordenado. Y no llueve más, hace días que no llueve y no sueño más con pies mojados. Me despierto. Bien desordenado.
   ¡La novela, mi estimado señor! Estamos por la mitad.
   No había nadie por el Herengracht. El verde y el dorado coronan los árboles que todavía estaban completos. Una a una caían las marrones y amarillas hojas, lentamente, se las podía contar mientras caían. Se posaban sobre las piedras húmedas y negras. En un charquito había otras diferentes. El agua del canal estaba cubierto por una pradera de hojas.

Nescio (J.H.F.Grönloh jr.)

-versión del neerlandés de F. Russo-

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias por la traduccion
Maisa