domingo, 8 de julio de 2007
1936, Homero Manzi habla del Tango
(en la foto, Piazzolla y Gardel haciendo historia)
“Para dar mi opinión quiero dejar de lado un término que oscurece el asunto: Folklore. Para mí hay solamente música argentina. Y los es tanto la del campo como la de la ciudad con diferencias, claro está, nacidas de su diverso origen. La música del campo, danzas y canciones, tiene la ventaja tradicional de contar con el apoyo del tiempo, ya que sus antecedentes se remontan a mezcladas y arcaicas expresiones de la música india y la espa-ñola, expresiones que contaron para tomar una forma, con la trascendencia del paisaje. El estilo trae a su cincha el alma de la pampa; el bailecito, la repicada repercusión de las montañas. La vidala, el rumor del viento hecho flecos al atravesar los filos de los bosques; y así en todo, cielo, sol, lluvia, nieve, viento, estrellas; lo de menos es el hombre; lo de menos, en actitud de reflexiva conciencia, convertido en intérprete telúrico de hondas fuerzas naturales. En raíz de la tierra.
La música de la ciudad -el Tango- en cambio, tiene la extensión de las pasiones; es música sacada de adentro: ríe, ama, odia, ridiculiza; y por encima de todo el vértigo de los puertos, de las razas, de los vientos y de las velas que traen canciones y nostalgias enganchadas en sus banderines.
Sin embargo, sería injusticia calificar de extranjera la música de la ciudad. Ella ha sabido argentinizarse en un legítimo y encariñado manoseo con la ciudad: con el vigilante ochocentista, con el cuarteador de fin de si-glo, con el compadraje carnavalesco de los barrios, con las guitarra, con las esquinas y con los bodegones, con las chicas desasosegadas por una espe-ranza y que esperan en la inútil balaustrada rosa, que descubrió Jorge Luis Borges; con la dramaticidad grotesca del hogar proletario, desacomodado a fuerza de alcohol y malas pasiones; con la aspiración criollizante del hijo del gringo: Juan Moreira sentimental y tímido; con todo ese embarullado juego de personajes y asuntos que hicieron mutis por el practicable de la vida moderna.
Por eso el Tango de hoy, el verdadero, ¿qué debiera traducir?
A mi entender, la nostalgia de toda esa desaparición, que sólo se puede llorar en dos por cuatro.
Y por eso también, a mi juicio, sólo tendrán patente de persistencia los tangos que traigan ese soplo evocativo, los que sepan ponernos frente al cuadro y al personaje del novecientos. Los que resumen el dolor porteño del contraste de ayer y hoy; los que nos reconcilien con todos los rincones y todas las costumbres desaparecidas; los que tengan ese filete filosófico-sentimental heredado de los payadores patrioteros, puristas y amigos de los amplios alardes.
El otro tango, el del estribillo y la historia de un dolor, es sólo cou-plet, sin ciudadanía porteña, y los del amor lacrimógeno constituyen una invasión de los versitos del trópico, no de la danza recia del trópico, entién-dase, sino de las cancioncillas ésas tan en boga y que carecen de sexo y de vértebras.”
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