sábado, 3 de enero de 2009

Nietzsche y los rayos catódicos


Leyendo el prólogo del Aurora de Nietzsche es posible inferir, o entre-leer, que estaba teniendo ya la visión de que el siglo XX sería el de los individuos, del sujeto asido a su diferenciación de la masa, sujetando y siendo sujetado por el espacio vacío que lo une al otro; tan fuertemente que el otro, los otros, puede devenir en “los demás”, lo que están de más, ya que se erige el culto al yo, a la conciencia del existir en el mundo según los valores que el mundo propone y no en una meditación profunda respecto de la existencia. No se existe sin el otro. Sin embargo, el gran tema del siglo ha sido la relación del ser humano consigo mismo. Como no hay pensamiento que surja de modo solitario en la cultura, el Rimbaud adolescente había anunciado aquello de “¡Qué siglo de manos!” y en Victor Hugo aparece ya esa mirada que apunta hacia laberintos de la moral tal como también lo hace Dostoievsky con su Rashkolnikov o aquel autorretrato de El jugador. Al mismo tiempo, cerrando el siglo de las manos, surgen las corrientes teosóficas que intentan ocupar el lugar que las religiones superiores de Occidente habían abandonado mucho tiempo atrás en una combinación de elementos tanto del hinduísmo, antiguos rituales egipcios y creencias paganas nórdicas que influirían tanto en el surgimiento del Nazismo como en la aparición de Krishnamurti, en el otro extremo. El siglo XX nos ha dejado, tras la caída que anunciaba Nietzsche, un hundimiento mayor del que pudo haber imaginado. Aquel dios que había muerto, aquella moral que ya no “ligaba” al hombre consigo mismo por lo que se erige como adorador y adorado, aparece ahora (desde los años 50) en la forma del televisor que, según Peter Sloterdijk, es la última técnica de meditación de la humanidad tras la caída de las religiones tradicionales. Ya nueve años del siglo XXI, leo el prólogo del Aurora mientras siguen estallando los fuegos artificiales y algún pibe enmascarado dispara un tiro que, tarde o temprano, inadvertido entre el bullicio, le pegará en el pecho en un eterno retorno.


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