viernes, 26 de junio de 2009

Hace siete años



Hay veces en las que se me complica más de lo habitual explicar a mis amigos en otras latitudes (algunas boreales, otras australes, social o geográficamente) cómo es la vida en un país neo-colonizado. Porque en éste, como en tantos otros, nunca se llevó a cabo una descolonización, sólo hubo cambio de amos. Y de allí en adelante, el futuro o eso que llamamos la historia nacional. Difícil explicar de qué se trata esto de que una corporación política, cimentada en la filosofía de “mejor ser cabeza de ratón que cabeza de león”, que tanto repetía mi viejo como si fuera una gran máxima que me guiaría en el camino de la argentinidad –claro, una sin gloria-, llegado el momento de la charada electoral para seguir argumentando que se vive en democracia, ésa en donde se vota lo que te permiten votar; que esa corporación, sigo, sea siempre la misma, y que sea tan respetuosa de la estructura federal/unitario. El poder que se negocia entre gobernadores, caudillos, señores feudales del siglo XXI; el poder que se negocia entre terratenientes, la burguesía, los oligarcas, los banqueros; ambas facciones que negocian entre sí y, en sus acuerdos, esas sombras patéticas que andan por las calles muñidos de maletines y apuros, esas otras que aran inmensidades, esas otras de biología binaria frente a monitores centelleantes. Hoy, hace unos años atrás, recuerdo estar parapetado atrás de quién sabe qué auto o cartel mientras veía a una señora ama de casa en la puerta de su edificio en la avenida Callao con un balde de agua y limón para que rehogáramos allí los pañuelos y así apaciguar los efectos del gas lacrimógeno –me impactó esa señora sabiendo acerca de eso-, hoy esa tarde, si es posible esta gramática, morían Kosteki y Santillán. Se me hace difícil explicarle a mis amigos de otros lares lo ridículos que podemos ser los argentinos, lo disciplinados en la desmemoria, lo cómodos, lo cínicos que podemos ser, lo desvergonzados al seguir creyendo que es mejor ser “vivo” a “inteligente” (que tantas veces me reprochan esa falta de fe de mi parte), qué fóbicos al creer y creer y creer. ¡Qué se yo, como decía Borges acerca de su identidad como poeta, “menos que un cantor de tangos”! Se me complica a veces explicar y, encima, siendo menos que Borges.
©Fabián Russo