A diferencia de otras vidas del amor, creemos que la amistad es eterna y es tan profundo e inabarcable el dolor que nos produce su final que todo parece perder sentido repentinamente. El Tango cantó este rasgarse muchas veces tras la escena del amor romántico tal vez por ser más soportable su caída. Tarde o temprano, la herida del amor sentimental llega a cerrarse pero la que deja el fracaso de una amistad permanece sensible para siempre no pudiendo nada ocupar ese lugar. Pensando en estas cosas, y en amigos que ya no están porque faltó el amor y sobró la estupidez, recordé este tango que Ferrer y Piazzolla escribieron en París, en 1981, última obra entre ambos y despedida de un vínculo amistoso y creador que superaba las dos décadas. Lo conocí en la voz de Hernán Salinas, en 1991, a capella, en su departamento de la calle Paraguay, y lo grabé seis años más tarde en Ámsterdam con Juan Pablo Dobal y Hernán Ruiz mientras Frits Janmaat, restaurador de pianos Erard, escanciaba vinos inolvidables que aclaraban la garganta y los dedos y las cosas del alma.
Será que estoy llorandoNieva y nieva
y el desván está vacío.
Sólo queda un cartelito
"Se vende"
que me duele como el tiempo.
No hay ni un mueble
en esta azul melancolía,
pero ayer tampoco había
más que el cielo
de una cama que era el suelo.
Te subí de tul vestida
con mi traje tan prestado.
Si reír fue la bebida,
se embriagó el amor diez años.
Pero un día
por un chiste mal contado,
los compinches, en dos bandos, desataron
la revancha y la soberbia.
Y este cálido
desván plumón de nido,
me vio vuelto un asesino,
me golpeaste,
nos cubrimos con afrentas.
Y en aquella escribanía
fue un fangal nuestra poesía.
Cada cual fraguó testigos.
Cada amigo fue enemigo.
Cada insulto fue asentado.
Y el desván fue malvendido
y el dinero repartido
y el olvido fue un candado.
Nieva y nieva,
y sin saber por qué he venido,
en los vidrios ateridos
vi tu rostro reflejado,
desolado, blanco y breve.
Debe ser que te he adorado.
O será, tal vez, la nieve.
O será que estoy llorando.