martes, 8 de febrero de 2011

Paul Auster



“Era el estilo de vida que de verdad le seducía y puedo entender por qué volvió a él después de su ruptura ma­trimonial. Cuando a un hombre la vida le resulta tolera­ble sólo si permanece en la superficie de sí mismo, es natural que se sienta satisfecho obteniendo esa misma superficie de los demás. Tiene que responder a pocas demandas y no necesita comprometerse. El matrimonio, por el contrario, le cierra esa puerta. La existencia queda confinada a un espacio estrecho en el que uno se siente forzado a mostrarse a uno mismo de forma constante y, por consiguiente, obligado a mirar hacia el interior de uno mismo, a examinar las profundidades de su propio yo. Cuando la puerta está abierta, nunca hay ningún problema, siempre es posible huir y uno puede evitar incómodas confrontaciones con uno mismo o con los demás simplemente marchándose.
(…) Dado que el ámbito del otro era irreal para él, hacía sus incursiones en él con la parte de si mismo que él consideraba igualmente irreal, su otro yo, al que había entrenado como actor para representarse a sí mismo en la frívola comedia universal. Este yo sustituto era en esen­cia una broma, un niño hiperactivo, un fabricante de historias fantásticas, incapaz de tomar nada en serio.
(…)Sole­dad como forma de retirada, para no tener que enfrentar­se a sí mismo, para que nadie más lo descubriera.

Su forma de hablar, como si hiciera un enorme esfuerzo para escapar de su soledad o como si su voz estuviera oxidada porque hubiera perdido el hábito de hablar.” 

Paul Auster, La invención de la soledad

1 comentario:

Gra dijo...

Sin duda, de lo mejor de Paul Auster junto con Leviathan.

A quien le habré prestado ese libro. No logro romper con la ilusión de que mis amigos me los devolverán.