Dejé de cantar el fuego justo cuando la noche ató su pétalo a la lluvia y lo hizo gris
Hubo hierros que eran crines del olvido del sol saludando a la crueldad del amo que se abre paso entre himnos odas populares y asesinos de paladar ciego
En esas encrucijadas las verdades olían a cuento de bar y el aliento traía un humor pálido y violeta como el de las venas de los muertos
Pilares en el horizonte
las gargantas alzan su reino de manos
En la ceniza la lluvia escribe
tacto sin viento
lo que vendrá.
©Fabián Russo
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