lunes, 6 de septiembre de 2010
Mi refugio, un tango
La reflexión acerca de un Refugio Perdido en lugar del Paraíso Perdido miltoniano, es un paso reciente que aborda la Filosofía desde hace unas cuatro décadas.
El hombre arrojado hacia adelante en una escena que surge de la tierra y sus ciclos agrarios, es parte esencial del concepto de Da Sein en Heidegger. El paradigma allí es el mismo que en los últimos siglos: el hombre expulsado y su relación antitética con la Naturaleza. La palabra será, entonces, la casa del Ser. Más tarde, Hanna Arendt dirá que la Patria es la lengua materna. Este racionalismo humanista se mantuvo durante siglos como puerta de acceso a la Filosofía aunque, ya en tiempos de entreguerras, llevará al existencialista alemán a abrazar y alimentar tigres nazis basándose en la herencia y la tradición, como es dable en un pensamiento que tiene por base una interpretación agrícola de la existencia.
En el momento en que lo que está perdido no es el Paraíso sino el Refugio, cambia la escena original, aquello ligado al existir. Ya no la expulsión del Paraíso que la tradición oral o escrita, religiosa o histórica, tomara como referencia para un soñado “regreso” basado en las leyes del discurso de que trate, sino el cobijo de un Refugio basado en la imposibilidad del volver - de una vez para siempre- al vientre materno.
El refugio en lo imposible.
De esa expulsión no se vuelve como no se vuelve a la caverna original de nuestros antepasados. Expulsado de la Naturaleza, el hombre se vio desnudo ante su propia imperfección y tendió alianza con su congénere dando paso a la horda primitiva en alabanza de la Diosa. Estos rituales sirvieron para crear la cohesión necesaria de la horda, cohesión que se produjo por medio de los himnos y los cantos sagrados. La música, paralelo tonal del mundo emocional, según Peter Sloterdijk -quien trae la idea desde Pitágoras-, es aquello que suplió el silencio de la expulsión original. Silencio que, por no poder todavía decodificar otros sonidos, deviene de no poder oír más el murmullo materno dentro del vientre. Silencio que, a la vez, intentamos obliterar por medio de la música constante que grita en altavoces callejeros o encapsulados en los auriculares. Música que ya no es sagrada porque ahí se encuentra nuestro ser pero pesa más la expulsión y la angustia que buscamos callar aturdiéndonos en tiempos donde nadie escucha a nadie.
En el Tango, como en el Blues y otras formas artísticas urbanas surgidas a fines del Siglo XIX y comienzos del XX, el silencio, el corte en la alienante cadena metonímica, es expresión de aquel retorno imposible que, como en cualquier exilio, se convierte en refugio. Ya no la palabra como casa del Ser sino el alma que está fuera de lugar, en “orsay”.
©Fabián Russo,2010.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario