domingo, 19 de julio de 2009
Grises mascarillas
Se sueña poco la tarde, y se desdice como una pluma que cae sobre el tejado gris de la ciudad en lluvia. Desdice su rito de soles y veredas transgrediendo el solitario hueco en que cerraba la siesta su color de mediodía. Ya no hay más nada de eso. Acaso quedan los plátanos, ya viejos y nudosos, esperando que llegue el limbo de su primavera para expulsar el polvo que retienen al paso del invierno. Lo que queda es un gris mal entrazado, un gris de veintiún siglos que hallan el cauce de su historia en rajaduras invisibles, sonoras. Los hombres ahora van encapsulados buscando aquel murmullo original que ya no los contiene, los oídos llenos de sonido, la mirada en homilía de un rito descarnado: el olvido de sí habilitando a ese otro que no es más que una máscara. La paradoja de que esta máscara no resuene, no amplíe la voz del alma, y se quede, mero cartón con elástico gastado y tres agujeros, un personaje eventual, ya no persona, bobo de kermesse.
©F.R.
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