La idea de pensar acerca de un Refugio Perdido en lugar del Paraíso Perdido miltoniano, es un paso reciente que aborda la Filosofía desde hace unos cuarenta años. El hombre sin refugio, arrojado hacia adelante en una escena que surge desde la tierra y sus ciclos, es parte esencial de la idea de Da Sein en Heiddegger. El paradigma allí es el mismo de los últimos siglos, el hombre expulsado y su relación con la Naturaleza. La palabra será, entonces, la única casa del Ser. Este racionalismo humanista se mantuvo durante siglos como la puerta de acceso a la Filosofía aunque, ya en tiempos de entreguerras, llevara al existencialista alemán a abrazar y alimentar tigres nazis basándose en la herencia y la tradición, como es dable en un pensamiento que tiene por base una interpretación agrícola de la existencia. En el momento en que lo que está perdido no es el Paraíso sino el Refugio, cambia la escena que encuadra la escena primera. Ya no el paraíso que la tradición oral o escrita, religiosa o histórica, tomaran como referencia para un probable “regreso” basado en el respeto por ciertas leyes según el discurso de que trate, sino el refugio al que es imposible volver, expulsados de una vez y por todas del vientre materno. Es un refugio de la imposibilidad, de esa expulsión no se vuelve como no se vuelve a la caverna original de nuestros antepasados. Del mismo modo, expulsado de la Naturaleza el hombre se vio desnudo frente a su imperfección y tendió alianza con su congénere dando paso a la horda primitiva en alabanza de la Diosa. Esta alabanza sirvió para crear la cohesión necesaria de la horda, cohesión que se produjo por medio de los himnos y los cantos sagrados. La música, paralelo tonal del mundo emocional según Sloterdijk -quien trae la idea desde Pitágoras-, es aquello que suplió el silencio de la expulsión original. Silencio que, por no poder todavía decodificar otros sonidos, deviene de no oír más el murmullo materno dentro del vientre. Silencio que, a la vez, intentamos obliterar por medio de la música constante, ya no sagrada, porque ahí se encuentra nuestro ser pero pesa más la expulsión y la angustia que buscamos callar aturdiéndonos “en tiempos donde nadie escucha a nadie”.
©F.Russo
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