Si. Me preguntan dónde estoy cantando, cuándo es mi próxima actuación. Y, salvo alguna participación como invitado, hace casi un año y medio que no subo a un escenario. ¿Por qué? Ya es tiempo de aclarar esto por aquí.
Tengo la suerte de haber comenzado desde muy abajo en este oficio, básicamente en la calle por las monedas que el transeúnte quisiera arrojar a la funda de mi guitarra tendida en la vereda. No fueron días ni semanas ni meses. Recorrí media Europa como busker, conocí la dormida en celdas policiales, en estaciones de tren, en plazas públicas, en habitaciones de hotel de mala muerte; conocí las corridas callejeras, las peleas por tal o cual vereda o esquina para tocar, los cateos, las broncas y las alegrías supremas. Todavía guardo dibujos y poemas que desconocidos me iban regalando al paso de las canciones a más de 20 años de aquellas aventuras. Luego vinieron los bares, los teatros chicos, los festivales, los teatros grandes, las giras, los CD’s, los reportajes, la radio, la televisión, las notas acerca de uno en diarios y revistas, los managers, las grupies, las giras, el “éxito”. La vida me regaló conocer cada una de las etapas en esta carrera de la música, pero nunca, nunca, tuve que pagar para trabajar. Porque es mi trabajo, mi oficio y profesión, no un hobby. Pretendo lo mismo que los músicos en La Plata ya lograron: no tener que pagar para trabajar. Es inconcebible que los bolicheros no sólo exijan un “seguro de espectáculo” equivalente a una cantidad de dinero proporcional a la cantidad de personas que, según ellos, debería uno llevar a su bar, sino que además hay que pagarles un porcentaje de la entrada y obviar que se están quedando con la caja que da la barra y sus consumiciones. Los que hemos trabajado en el gremio gastronómico sabemos que es alta la ganancia en todo lo referente a tragos y sus variantes. De este modo, sólo los que tienen el dinero para afrontar esto son capaces de subirse al escenario. Se corre la variable por la calidad para que la holgura económica ocupe ese lugar. No sorprenda que, entonces, haya tanto personaje extraño cantando tangos, por ejemplo, nivelando hacia abajo las posibilidades del género. Los bolicheros se comportan como dueños de casa de fiestas a las cuales se alquila y, en tanto pague, que actúe el que quiera. Más allá del perjuicio que esto provoca entre quienes nos tomamos seriamente este laburo, más allá de un camino hecho, no es posible que haya que pagar todo eso y bueno sería que el boliche se quedara con las consumiciones y listo. Ojalá en Buenos Aires ocurra lo mismo que en La Plata, o que las asociaciones gremiales (SADEM, UMI) no sean hipócritas y traten de una vez seriamente este tema. El capitalismo, la sociedad mercantilista, provoca automática censura en los artistas.
3 comentarios:
Te felicito por denunciarlo!!!
Uno pagaría por NO ESCUCHAR a más de un "músico" de esos...
Es muy poco lo que puede hacerse frente a un sistema tan poderoso y perverso. Lo envidio un poco y lo felicito porque sigue "de pie" en medio de la tormenta.
Un profesor de Filosofía me dijo una vez: "el mundo va camino a su destrucción, no contarán conmigo".
Gracias.
Mirta
Hay un principio que nunca deberiamos olvidar: nunca debemos pagar para laburar. Eso distorsiona el sentido de nuestro trabajo, del cual debemos vivir. Y un artista popular es un laburante que debe cobrar por su arte como para subsistir. Malditas LAS "LEYES DEL MERCADO" que no nos permite a los espectadores gozar del arte de artistas que se niegan, con razón, a pagar por mostrar su arte.
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